Con doce años ya empecé a dar alguna calada a algún cigarrillo de bisonte que comprábamos sueltos en algún quiosco o en alguna caramelera del Arco de la Cárcel. Solía ser un cigarrillo compartido en que las caladas se contaban para que fuese totalmente equitativa la culpabilidad por haber atravesado la barrera de lo prohibido. Solíamos sacar el humo por la nariz, toser de lo lindo cuando el humo se adentraba con más profundidad y quemarnos la boca con el humo recalentado de la alta frecuencia de
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Hola Peña, que alegria el volver a leer esas
exposiciones tan magistrales.
Ëste en concreto me hace recordar a mi abuelo, que fumaba poco, estaba malito del estómago, pero el mirarle embelesada como liaba el cigarrillo con esmero, y con una maestria que mis ojos ávidos de ver cosas interesantes (no había tele y la radio funcionaba mal, los cuentos y libros escasos). Los cuentos del abuelo me dejaban con la boca abierta, se los inventaba y eran maravillosos...... Un abrazo