Mi abuelo paterno había tenido seis hijos, cuatro varones y dos hembras. Todos, por razón de matrimonio o por motivos de ganarse la vida habían dejado la
casa, sólo había quedado con el abuelo, Heliodoro, el que hacía el número cinco por orden de nacimiento. Heliodoro era un buen mozo, varias veces le oí decir a mi padre que cuando lo habían tallado para la
mili, su hermano había dado, uno ochenta y seis, descalzo, y que todavía no había parado de crecer. Bien encarado, de tez morena y con coloretes
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