RECUERDOS DE AQUELLA GENTE........................
Era una mujerona en toda regla, con una risotada inconfundible, mediante la que infundía carácter, aquella que empezaba alta y aún subía más para seguir cogiendo aire y terminar en un grito "aygense" firmado con aquel "….. pero que socastrón cepedano ¡". Que resalada y que recuerdos. Yo le abría la puerta cuando iba ella a llevar aquella Virgen que se pasaba de casa en casa por todo el pueblo, bien metidita en aquella cajina de madera con su buena hucha debajo; sonaba el timbre y a continuación la recibía con un "Ángela, amiga, pasa pa´ca, que cenas". Acto seguido aquella risotada se activaba automáticamente. Quería escucharla varias veces con toda mi atención, porque en aquella época de adolescente vacilón y picaruelo, yo deseaba luego imitarla, no delante de ella, pero sí de ciertas tías mías a las cuales sabía que les hacía reír y bastante. Tanto fue así, que una vez creí que podía ya hacer mis primeros pinitos al respecto, cierto día me estrené, previa invitación de ambas y en el banco de Valentín el zapatero, delante de las subsodichas, inconfundibles y queridas Tías: Liria (la Tía Antigua) y Marucha (la tía Generala). No seré yo el que juzgue como salió mi primer intento, pero ellas se rieron de lo lindo, con lo que quedé agusto y me fui de aquel lugar, con cierta satisfacción por el deber cumplido. Aún estaban disfrutando la gracia, cuando aparecen unos señores forasteros que intentaban visitar a la buena de Ángela en su casa y como no daban con ella, decidieron preguntarle a su vecina Luisina, la cual les indicó donde creía que se podría encontrar al haber oído, carretera más arriba, cierta risotada, dando por hecho que allí se encontraba su dueña.” Allá arriba la escucho riéndose” les indicó a los visitantes, desconociendo por entero que aquello, había sido una imitación de un tal “Manolín”, el hijo del carpintero. Subió aquella gente hasta el lugar de las queridas Tías y cuando les preguntaron a ellas por Ángela, haciéndoles alusión a que la habían oído por aquel lugar, aquellas dos mujeres soltaron de nuevo dos buenas carcajadas, haciéndose cargo de toda la situación en sí y asegurando a los que preguntaban, que no había estado allí, que se trataría de alguna confusión, mientras se cruzaban miradas cómplices sin parar de reirse.
Ocurrió en otra ocasión, trabajando el tal Manolín de chico de taller de cierta carpintería, en la que por necesidades laborales, su jefe le encargó una chapucilla relativa a la colocación de unas cortinas sobre una barra metálica, a la cual tenía que ponerle dos soportes laterales para fijarla. No podía ser de otra manera, la casa en la que la presencia del auxiliar carpintero se requería para tal labor, era la de la gran vecina Ángela. Maletín de herramienta en mano, con mono puesto y con paso decidido y firme, llamó a la puerta y le abrió la dueña de la casa. Nada más hacerlo y quedándose al principio ligeramente sorprendida, rompió con otra sonora carcajada, mientras el chico del taller se disponía a llevar a cabo la misión en cuestión. Aquello fue visto y no visto, la manera de maniobrar y desarrollar, la forma de colocar ciertos soportes, situar la barra sobre ellos, y dentro de ella la cortina, era propia de un experto chapucero, desenvuelto y veloz. Soportó piropos propios de un manitas y hasta una insinuación a cerca del cobro por aquel trabajo. El sufrido auxiliar, sólo se limitó a despedirse haciendo saber que él nada más se limitaba al trabajo serio y con una sonrisa y siendo consciente de que era la hora de comer, se ausentó debidamente autorizado, mientras salía por la puerta grande. Nada más lo hizo, con el aire que ella generó, todo el cortinaje visitó el suelo, de una manera sumamente decidida. Aquel simpático obrerote tan ágil y eficaz, marchó mientras la mi Ángela tuvo que comer observando en el suelo sus pobres cortinas totalmente venidas abajo, sin poder cumplir su misión de separar la cocina de una despensa contigua. El jefe de Manolín, fue quien tuvo luego que salvar la situación y colocarlas como Dios mandaba. La amiga Ángela se hizo cargo de que la simpatía y la eficacia en el trabajo, había veces en que no tenían absolutamente nada que ver. Aquella misma tarde al amigo de Ángela, le tocó reciclarse, recogiendo la viruta, el serrín y barrer todo el taller en condiciones.
“Pero que socastrón cepedano……”
Era una mujerona en toda regla, con una risotada inconfundible, mediante la que infundía carácter, aquella que empezaba alta y aún subía más para seguir cogiendo aire y terminar en un grito "aygense" firmado con aquel "….. pero que socastrón cepedano ¡". Que resalada y que recuerdos. Yo le abría la puerta cuando iba ella a llevar aquella Virgen que se pasaba de casa en casa por todo el pueblo, bien metidita en aquella cajina de madera con su buena hucha debajo; sonaba el timbre y a continuación la recibía con un "Ángela, amiga, pasa pa´ca, que cenas". Acto seguido aquella risotada se activaba automáticamente. Quería escucharla varias veces con toda mi atención, porque en aquella época de adolescente vacilón y picaruelo, yo deseaba luego imitarla, no delante de ella, pero sí de ciertas tías mías a las cuales sabía que les hacía reír y bastante. Tanto fue así, que una vez creí que podía ya hacer mis primeros pinitos al respecto, cierto día me estrené, previa invitación de ambas y en el banco de Valentín el zapatero, delante de las subsodichas, inconfundibles y queridas Tías: Liria (la Tía Antigua) y Marucha (la tía Generala). No seré yo el que juzgue como salió mi primer intento, pero ellas se rieron de lo lindo, con lo que quedé agusto y me fui de aquel lugar, con cierta satisfacción por el deber cumplido. Aún estaban disfrutando la gracia, cuando aparecen unos señores forasteros que intentaban visitar a la buena de Ángela en su casa y como no daban con ella, decidieron preguntarle a su vecina Luisina, la cual les indicó donde creía que se podría encontrar al haber oído, carretera más arriba, cierta risotada, dando por hecho que allí se encontraba su dueña.” Allá arriba la escucho riéndose” les indicó a los visitantes, desconociendo por entero que aquello, había sido una imitación de un tal “Manolín”, el hijo del carpintero. Subió aquella gente hasta el lugar de las queridas Tías y cuando les preguntaron a ellas por Ángela, haciéndoles alusión a que la habían oído por aquel lugar, aquellas dos mujeres soltaron de nuevo dos buenas carcajadas, haciéndose cargo de toda la situación en sí y asegurando a los que preguntaban, que no había estado allí, que se trataría de alguna confusión, mientras se cruzaban miradas cómplices sin parar de reirse.
Ocurrió en otra ocasión, trabajando el tal Manolín de chico de taller de cierta carpintería, en la que por necesidades laborales, su jefe le encargó una chapucilla relativa a la colocación de unas cortinas sobre una barra metálica, a la cual tenía que ponerle dos soportes laterales para fijarla. No podía ser de otra manera, la casa en la que la presencia del auxiliar carpintero se requería para tal labor, era la de la gran vecina Ángela. Maletín de herramienta en mano, con mono puesto y con paso decidido y firme, llamó a la puerta y le abrió la dueña de la casa. Nada más hacerlo y quedándose al principio ligeramente sorprendida, rompió con otra sonora carcajada, mientras el chico del taller se disponía a llevar a cabo la misión en cuestión. Aquello fue visto y no visto, la manera de maniobrar y desarrollar, la forma de colocar ciertos soportes, situar la barra sobre ellos, y dentro de ella la cortina, era propia de un experto chapucero, desenvuelto y veloz. Soportó piropos propios de un manitas y hasta una insinuación a cerca del cobro por aquel trabajo. El sufrido auxiliar, sólo se limitó a despedirse haciendo saber que él nada más se limitaba al trabajo serio y con una sonrisa y siendo consciente de que era la hora de comer, se ausentó debidamente autorizado, mientras salía por la puerta grande. Nada más lo hizo, con el aire que ella generó, todo el cortinaje visitó el suelo, de una manera sumamente decidida. Aquel simpático obrerote tan ágil y eficaz, marchó mientras la mi Ángela tuvo que comer observando en el suelo sus pobres cortinas totalmente venidas abajo, sin poder cumplir su misión de separar la cocina de una despensa contigua. El jefe de Manolín, fue quien tuvo luego que salvar la situación y colocarlas como Dios mandaba. La amiga Ángela se hizo cargo de que la simpatía y la eficacia en el trabajo, había veces en que no tenían absolutamente nada que ver. Aquella misma tarde al amigo de Ángela, le tocó reciclarse, recogiendo la viruta, el serrín y barrer todo el taller en condiciones.
“Pero que socastrón cepedano……”
Desde luego Joseangel que las anécdotas de Angela son muchas. Yo te diré que fue la madrina de pila de mi padre, por eso su nombre, y como su padrino, un tal Rosales también se llamaba así, pues le vino el nombre que ni pintado.
Yo recuerdo una vez en casa, cenando ya casi de noche, llaman a la puerta: ¿se puede?, y mientras mi madre iba a ver quién era, le digo yo "es Angelona", y contesta ella entrando hacia la cocina, "no, el obispo", imagínate la cara de mi madre y la mía, aunque yo era pequeña y creo que en vez de verguenza lo que me iba a dar de un momento a otro era un ataque de risa por su contestación. Era única e inolvidable. Gracias por recordarla.
Yo recuerdo una vez en casa, cenando ya casi de noche, llaman a la puerta: ¿se puede?, y mientras mi madre iba a ver quién era, le digo yo "es Angelona", y contesta ella entrando hacia la cocina, "no, el obispo", imagínate la cara de mi madre y la mía, aunque yo era pequeña y creo que en vez de verguenza lo que me iba a dar de un momento a otro era un ataque de risa por su contestación. Era única e inolvidable. Gracias por recordarla.
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