Crónica de León:
Mauricio
Peña
Fulgencio
Fernández
Zapatillas de felpa en el horno, bata guateada... historia
No se concibe una vieja cocina de leña sin las zapatillas metidas en el horno, posadas sobre los palos de roble, calentando para el momento de calzarlas y sentir esa indescriptible sensación de placer. No se concibe a una mujer de aquellos tiempos de las zapatillas en el horno sin una bata guateada, con unos bolsos en los que guarda el pañuelo de todos los mocos y contingencias, el de secar las lágrimas de los recuerdos y las ausencias. En el otro bolso se acumulan un dedal, el currusco de pan que le cortó a la barra cuando salió al panadero, un trozo de lana y un papel arrugado con el número de teléfono del veterinario o el del hijo que vive en Barcelona.
Los bastones desvelan que la imagen es actual, que ya han pasado para esta mujer los tiempos de correr por el monte detrás del ganado, que ahora cuando calza las zapatillas es para salir hasta el corral, sentarse en el banco que la hija le coloca al sol y esperar a que otra vecina se acerque para abrir el baúl de los recuerdos y las memorias.
También el frente de la cocina delata que ya no son para ella tiempos de tralla diaria, con las cazuelas y las potas cocinando a fuego lento el cocido diario. Tampoco los blancos azulejos y la tapa del tiro son de los tiempos de la cuadra y el abono, de los humos.
Son solamente aromas del pasado para una mujer de siempre.
Mauricio
Peña
Fulgencio
Fernández
Zapatillas de felpa en el horno, bata guateada... historia
No se concibe una vieja cocina de leña sin las zapatillas metidas en el horno, posadas sobre los palos de roble, calentando para el momento de calzarlas y sentir esa indescriptible sensación de placer. No se concibe a una mujer de aquellos tiempos de las zapatillas en el horno sin una bata guateada, con unos bolsos en los que guarda el pañuelo de todos los mocos y contingencias, el de secar las lágrimas de los recuerdos y las ausencias. En el otro bolso se acumulan un dedal, el currusco de pan que le cortó a la barra cuando salió al panadero, un trozo de lana y un papel arrugado con el número de teléfono del veterinario o el del hijo que vive en Barcelona.
Los bastones desvelan que la imagen es actual, que ya han pasado para esta mujer los tiempos de correr por el monte detrás del ganado, que ahora cuando calza las zapatillas es para salir hasta el corral, sentarse en el banco que la hija le coloca al sol y esperar a que otra vecina se acerque para abrir el baúl de los recuerdos y las memorias.
También el frente de la cocina delata que ya no son para ella tiempos de tralla diaria, con las cazuelas y las potas cocinando a fuego lento el cocido diario. Tampoco los blancos azulejos y la tapa del tiro son de los tiempos de la cuadra y el abono, de los humos.
Son solamente aromas del pasado para una mujer de siempre.
