Cuento de la abuela Lupe.
La abuela Manuela tenía hace muchos años un gato muy listo que se llamaba Miguelín que todos los días iba a mear a las Camparinas.
La zorra, osease María García, le espiaba golosona. Un día que había cazado poco se le acercó y le dijo:
—Miguelín, te voy a comer.
—No María García –le dijo. No me comas todavía. Ahora estoy muy flaco porque hace frió y no hay ni ratones, pero dentro de poco, mi ama matará el gocho y entonces engordaré, porque se muy bien donde cuelga los chorizos. Ten paciencia que entonces volveré y me podrás comer.
La zorra que se creía muy lista, le echo un vistazo, vio que efectivamente estaba muy flaco y decidió esperar.
Pasado el tiempo de la matanza María García iba todos los días a las Camparinas pero Miguelín no aparecía, así que decidió bajar al pueblo.
Esperó a que se hiciera de noche, se acercó a la casa, miró por la ventana de la cocina y allí estaba Miguelín durmiendo tranquilamente encima de la trébede. Tocó en los cristales y cuando el gato levantó la cabeza le dijo zalamera:
—Miguelín, ¿no vas a mear a las Caparinas?
Miguelín la miró y mientras se relamía parsimoniosamente los bigotes contestó.
—No María García no. Ahora… ¡meo en casa, meo en casa!
Yoli
La abuela Manuela tenía hace muchos años un gato muy listo que se llamaba Miguelín que todos los días iba a mear a las Camparinas.
La zorra, osease María García, le espiaba golosona. Un día que había cazado poco se le acercó y le dijo:
—Miguelín, te voy a comer.
—No María García –le dijo. No me comas todavía. Ahora estoy muy flaco porque hace frió y no hay ni ratones, pero dentro de poco, mi ama matará el gocho y entonces engordaré, porque se muy bien donde cuelga los chorizos. Ten paciencia que entonces volveré y me podrás comer.
La zorra que se creía muy lista, le echo un vistazo, vio que efectivamente estaba muy flaco y decidió esperar.
Pasado el tiempo de la matanza María García iba todos los días a las Camparinas pero Miguelín no aparecía, así que decidió bajar al pueblo.
Esperó a que se hiciera de noche, se acercó a la casa, miró por la ventana de la cocina y allí estaba Miguelín durmiendo tranquilamente encima de la trébede. Tocó en los cristales y cuando el gato levantó la cabeza le dijo zalamera:
—Miguelín, ¿no vas a mear a las Caparinas?
Miguelín la miró y mientras se relamía parsimoniosamente los bigotes contestó.
—No María García no. Ahora… ¡meo en casa, meo en casa!
Yoli
