UN DIA DE PASTOREO
Fue un día de principios de verano, a finales de los años cincuenta, época de la siega del centeno en el pueblín. Con ocho años recién cumplidos tuve un regalo muy especial, ir con las vacas, y… sola. Normalmente el pastoreo, cuando era necesario la realizaban los hermanos “hombres”, a las niñas nos tocaba fregar, lavar y hacer las camas…cosas de la discriminación por sexo, de la que en aquellos tiempos casi ni se hablaba. Así que no es de extrañar que aquella novedad para mi si supusiera un regalo, claro, todavía no se conocían consolas y nintendos… y el Bill Gates aún debía andar a gatas.
Muy contenta, satisfecha y sintiéndome muy mayor guardé en la fárdela la merienda, nada de donuts ni zarandajas publicitarias, por entonces el único anuncio que nos sonaba era aquella canción del negrito del África tropical que escuchábamos en la radio cuando seriaban las venturas y desventuras de Matilde, Perico y Periquín. La merienda, un cacho de pan con chorizo, envuelto en papel de periódico. Por la bebida no había que preocuparse, pues a la cimera de la campar había una fuente donde arrodillándome podía beber, cogiendo el agua con las dos manos juntas haciendo cuenco.
A la ida no hubo ningún problema, en cuanto les abrí el portalón, las vacas enfilaron carretera arriba. A la altura de Valdoreo torcieron a la izquierda y llegaron por el camino, cruzando el pontón sobre el Arroyo hasta la campar entre las Llatas y los Rozos, por encima de las eras que había detrás de la casa de Perpétua la de Moisés, que era nuestro punto de destino… vamos, que ni que llevaran un GPS.
Me las prometía tan felices…. las vacas pastaban tranquilamente, así que me pasé un par de horas entretenida haciendo diademas con flores, siemprevivas silvestres que recogí en la orilla de un sembrado que había al otro lado del camino del cementerio, por encima de la casa de Herminia y Agapito. Comí agrinas de una planta que había en un ribazo, incluso trepé a un árbol, no recuerdo si era chopa o palero, que había en la esquina, desde donde intentaba distinguir a mi familia, mi madre, mi abuela, mi tía Inés … que estaban segando en las Camparinas, por encima de las eras de Valdálvaro.
Un par de veces tuve que volver las vacas al prao, se salieron por la parte que quedaba enfrente de la casa de Frutos, en busca de la hierba fresca que crecía junto a las escobas del camino que subía por los Rozos y a una tierra que llevaban los del tío Jesús, ya se sabe, la misma comida en casa del vecino está mucho más sabrosa.
Todo marchaba estupendamente, la mañana pasaba y el sol ya empezaba a picar, me habían dicho que entre las doce y la una las llevara de vuelta. Por supuesto, no tenía reloj, y la hora la tendría que calcular…a ojo.
Pero no hizo falta. De repente, la Marinera, la vaca más grande echó a correr dando saltos como poseída, brincó la pared y cogió el camino de vuelta dándose rabotazos a izquierda y derecha, y no paró hasta que llegó a la plazoleta de casa. La Bonita la siguió, con menos aspavientos, pero también corría, más que yo, que al tiempo que corría, lloraba como una Magdalena, gritando y maldiciendo mi mala suerte. Luego me explicaron la causa de lo que había pasado, la había “picado la mosca” y que era una cosa que yo no hubiera podido evitar, aunque eso no supuso un consuelo para mí. Ya con los años cada vez que alguien se enfada y da una espantada, me acuerdo de aquel día y entonces no me puedo reprimir y pregunto…y a ti, qué mosca te ha picado?
Fue un día de principios de verano, a finales de los años cincuenta, época de la siega del centeno en el pueblín. Con ocho años recién cumplidos tuve un regalo muy especial, ir con las vacas, y… sola. Normalmente el pastoreo, cuando era necesario la realizaban los hermanos “hombres”, a las niñas nos tocaba fregar, lavar y hacer las camas…cosas de la discriminación por sexo, de la que en aquellos tiempos casi ni se hablaba. Así que no es de extrañar que aquella novedad para mi si supusiera un regalo, claro, todavía no se conocían consolas y nintendos… y el Bill Gates aún debía andar a gatas.
Muy contenta, satisfecha y sintiéndome muy mayor guardé en la fárdela la merienda, nada de donuts ni zarandajas publicitarias, por entonces el único anuncio que nos sonaba era aquella canción del negrito del África tropical que escuchábamos en la radio cuando seriaban las venturas y desventuras de Matilde, Perico y Periquín. La merienda, un cacho de pan con chorizo, envuelto en papel de periódico. Por la bebida no había que preocuparse, pues a la cimera de la campar había una fuente donde arrodillándome podía beber, cogiendo el agua con las dos manos juntas haciendo cuenco.
A la ida no hubo ningún problema, en cuanto les abrí el portalón, las vacas enfilaron carretera arriba. A la altura de Valdoreo torcieron a la izquierda y llegaron por el camino, cruzando el pontón sobre el Arroyo hasta la campar entre las Llatas y los Rozos, por encima de las eras que había detrás de la casa de Perpétua la de Moisés, que era nuestro punto de destino… vamos, que ni que llevaran un GPS.
Me las prometía tan felices…. las vacas pastaban tranquilamente, así que me pasé un par de horas entretenida haciendo diademas con flores, siemprevivas silvestres que recogí en la orilla de un sembrado que había al otro lado del camino del cementerio, por encima de la casa de Herminia y Agapito. Comí agrinas de una planta que había en un ribazo, incluso trepé a un árbol, no recuerdo si era chopa o palero, que había en la esquina, desde donde intentaba distinguir a mi familia, mi madre, mi abuela, mi tía Inés … que estaban segando en las Camparinas, por encima de las eras de Valdálvaro.
Un par de veces tuve que volver las vacas al prao, se salieron por la parte que quedaba enfrente de la casa de Frutos, en busca de la hierba fresca que crecía junto a las escobas del camino que subía por los Rozos y a una tierra que llevaban los del tío Jesús, ya se sabe, la misma comida en casa del vecino está mucho más sabrosa.
Todo marchaba estupendamente, la mañana pasaba y el sol ya empezaba a picar, me habían dicho que entre las doce y la una las llevara de vuelta. Por supuesto, no tenía reloj, y la hora la tendría que calcular…a ojo.
Pero no hizo falta. De repente, la Marinera, la vaca más grande echó a correr dando saltos como poseída, brincó la pared y cogió el camino de vuelta dándose rabotazos a izquierda y derecha, y no paró hasta que llegó a la plazoleta de casa. La Bonita la siguió, con menos aspavientos, pero también corría, más que yo, que al tiempo que corría, lloraba como una Magdalena, gritando y maldiciendo mi mala suerte. Luego me explicaron la causa de lo que había pasado, la había “picado la mosca” y que era una cosa que yo no hubiera podido evitar, aunque eso no supuso un consuelo para mí. Ya con los años cada vez que alguien se enfada y da una espantada, me acuerdo de aquel día y entonces no me puedo reprimir y pregunto…y a ti, qué mosca te ha picado?
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