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CANALES: MALDITO...

MALDITO

¿Por qué me llaman maldito? ¿Es que yo he hecho algo malo?
No. Estoy aquí porque unos hombres listos me construyeron, otros pocos, insensatos, murieron en mis aguas y otros muchos, amantes del ocio, disfrutan de mí.
Nadie me preguntó nunca si estaba de acuerdo con toda la vida y los sueños que destruí cuando me hicieron nacer y si después, en mi larga vida, estoy contento con el trabajo que desempeño.
Todo comenzó hace mucho tiempo, cuando yo aún no existía. Vinieron unos hombres de la ciudad, se pusieron a medir y sacar planos, a mantener correspondencia con otros hombres que sólo sabían de mapas, fotos, números, ganancias y aumento de riquezas para unos; pero no de la pérdida de la casa, de la forma de vida; en suma, de las raíces de otra mucha gente. Cuando, a fuerza de cartearse, quedó claro lo que querían hacer, se proyectó mi gestación.
Y ahí estaba yo: sin haber nacido, y odiado por muchos y festejado por unos pocos. Para mí no fueron meses de embarazo, sino años de dolor en el vientre de mi madre, que manipulaban para mi llegada, trabajando de día y de noche, sin darle tregua. Un muro le construyeron para que toda la vida pudiera retener a su hijo y que, con el paso de los años y quizás de siglos, madre e hijo fueran solo uno.
En mis primeros años, cada invierno veía cómo crecía y crecía mi cuerpo; era insoportable de grande. Mi mente de infante no lo entendía. De noche, mis miedos me atenazaban; escuchaba voces, llantos, susurros y risas dentro de mi cuerpo; pero allí no había ningún ser humano; sólo casas que formaban un pueblo, y éste que daba paso a otro y otro y muchos más, creo recordar que hasta siete.
En las noches de desconsuelo, mi vieja madre me reconforta y me explica lo que es cada cosa: me habla de la naturaleza que en mi crecimiento he engullido y me enseña a conocer y distinguir las voces que han quedado prendidas en mis entrañas. Ella, con su suave voz, hace desaparecer las otras y me va diciendo:
“Los seres humanos son muy complicados: hacen y deshacen y, cuando no están satisfechos, echan la culpa a las cosas que ellos mismos han creado. No se dan cuenta de que nosotros somos como ellos han querido hacernos y que nosotros no podemos cambiar nada...
”Sólo puedo darte consuelo y enseñarte a comprender las cosas. Escucha... ¿Oyes esos susurros? Son la forma de expresar todo el amor y la pasión que los humanos comparten, casi siempre durante la noche, pues el día se lo pasan corriendo de un lado a otro y de una cosa a otra; por eso los escuchas en noches tranquilas como ésta. No temas, no pueden hacer nada contra ti, sin destruirse ellos mismos...
”Pero, escucha..., escucha bien... ¿Oyes? Esos gritos y lloros son producto de la desesperación de unos padres; para ellos la vida ha perdido la alegría, pues alguien muy querido ha desaparecido... Aquel otro llanto de bebé parece muy desgarrador, pero no te entristezcas: ése pasará y mañana serán risas... Ahora, presta atención: hay muchas risas que se escuchan de día, pero tú estás tan ocupado contemplando y bañándote al sol, que no les prestas atención. Son las risas de todos los niños que vivieron en mí; tenían tanta alegría y ganas de jugar, que algunas veces los echo de menos y me pregunto qué habrá sido de ellos. Sus voces, y todas las que escuchas, han quedado prendidas en mí, como fantasmas que buscan sus cuerpos porque cuando marcharon dejaron aquí una parte de ellos...
”Tendrás que aprender a vivir con el pasado de tu madre, que ahora es el tuyo; cuando seas mayor aprenderás a llevar esta carga de dentro y otras que te vendrán del exterior...”
Ha pasado mucho tiempo. Las voces ya no me dan temor. Vivo los días según vienen, unos buenos y otros malos, como cuando alguien muere dentro de mí por su imprudencia. Creo que los humanos se dejan engañar por el color verde azul de mi superficie, sin meditar que debajo de la belleza hay suciedad que puede acarrear la muerte.
Sólo turba mi tranquilidad la cara surcada de arrugas y lágrimas de un hombre que de vez en cuando viene a mi orilla. Cada vez más viejo, pero también con más rabia, me clava sus ojos verde claros y escupe lleno de odio:
- ¡Maldito!... Me dejaste sólo recuerdos. Todos quedaron sepultados bajo tus aguas; ni el consuelo me queda de poner mis manos sobre la tierra que cubre mis seres amados. Espero que, si tienes alma y me ves destrozado y viejo, sufras por todo el mal que has hecho.

M. BLANCO