EL PADRE PERFECTO
Camina de un lugar a otro de la habitación. Sus manos golpean los objetos que encuentra en su camino;
De una patada lanza un taburete que golpea mis piernas y un fuerte dolor recorre mi cuerpo.
Sus ojos sin expresión reflejan un vacío que da miedo.
Quisiera coger su mano y sacarlo de ese pozo donde está, pero una parte de mí grita que me vaya, que le olvide, que no es nadie, que en la calle brilla el sol y el aire trae el olor de la primavera y la gente ríe y es feliz.
Mi espalda tropieza contra la pared, me deslizo hasta el suelo donde sentada abrazo mis piernas.
El dolor se va calmando y la tarde trae la oscuridad.
Intento aislarme del ruido y recuerdo el lejano pasado que ha desembocado en este infierno.
Todo fue perfecto. Conocí a Alberto en el último año de carrera; teníamos las mismas ilusiones; construir confortables casas y ciudades que fueran habitables para todas las personas.
Aunque yo provenía de otro ambiente, fui aceptada sin ninguna traba por su familia y sus amigos.
Al terminar nuestras carreras decidimos casarnos; su familia había conseguido un trabajo para los dos, lejos de nuestra ciudad.
El trabajo lo realizábamos conjuntamente, él era el jefe y yo su ayudante pero no me importaba, estábamos juntos y realizando nuestro sueño.
Transcurrían los meses entre el trabajo, sus reuniones y alguna escapada los fines de semana.
Como mi trabajo no era tan importante, decidimos que era hora de aumentar la familia.
Fue pasando el tiempo lentamente y no conseguía quedarme embarazada.
El carácter se nos fue cambiando a los dos y por cualquier tontería saltábamos. En su mirada veía el reproche y comencé a cuestionarme que quizás yo no servía para ser madre.
Sus reuniones fueron mas frecuentes y largas. Cuando le preguntaba, contestaba que tenía un trabajo de mucha responsabilidad.
Cuando mas distanciados estábamos, llegó el día en que sentí que algo crecía en mí; me aseguré de que fuera verdad y se lo dije. Su cara fue de sorpresa, ilusión y un poco de temor. Quizás no estábamos preparados para tanta obligación.
Nos fuimos adaptando al transcurrir de los días; él seguía con sus reuniones pero cuando llegaba a casa siempre tenía una sonrisa; tocaba mi barriga y decía que seriamos unos padres estupendos.
El último mes dejé de trabajar; no estaba en condiciones de patear las obras.
Y un buen día sentí la llegada del bebé y preparé todo para ir al hospital. Intenté comunicarme con él y al no conseguirlo le mandé un mensaje.
Todo fue rápido, el pequeño tenía prisa por salir.
Al cabo de unas horas llegó Alberto relajado y sonriente con un precioso ramo de rosas. Había llamado a la clínica y como todo había salido bien él decidió seguir con el trabajo hasta ultimarlo. Cuando le escuchaba (deseé estrangularlo) le miré y al ver la cara de ilusión con que miraba a nuestro hijo decidí olvidar el cabreo y disfrutar del momento.
Estamos ya en casa; mis suegros han venido a visitarnos y aunque el pequeño se parece a mí, han dicho que es igual de bueno que Albertito, que sólo hacía comer y dormir.
El niño es un ángel; sonríe con cara angelical y mueve sus manitas intentando atrapar el aire.
El tiempo va pasando y aunque todo es normal, algo en mi interior me dice que no va bien; apenas llora, su mirada no mira, traspasa, me hace estremecer.
Cuando se lo cuento a Alberto se sonríe y contesta que tengo mucha imaginación, que el niño es muy tranquilo.
Después de mucho insistir esta tarde vamos a llevarlo al pediatra. Iré sola; le ha surgido una reunión que no puede cancelar.
Le han hecho algunas pruebas y el diagnóstico es autismo. No sabemos en que grado; esto tendrán que decirlo los especialistas.
He estado dándole muchas vueltas y he decidido que me voy a mi ciudad. Se lo he dicho a Alberto y se lo ha tomado bien; creo que hasta con alivio.
Vivo en el piso donde yo me crié. Él viene los fines de semana y llama todos los días para interesarse por nosotros.
Han pasado cinco años; tengo un trabajo de media jornada; por las tardes cuido al niño; intento seguir los consejos del terapeuta: cesar sus movimientos repetitivos y centrar su atención en mí, enseñarle a sentir algo por alguien o por algo.
Alberto es el padre perfecto. Viene un día al mes, le colma de regalos que su hijo no mira, llama a los médicos para saber los progresos del niño. Me da dinero que no necesito y sale huyendo de la casa como si estuviera ardiendo.
Nunca ha asimilado que su hijo es como es y que tiene que aprender a quererlo.
Los gritos y lo ruidos han cesado.
Una manita caliente me toca la cara.
Su cuerpo pequeño y tembloroso separa mis manos y se sienta en mis piernas, me besa la mejilla que está húmeda, no se si por su sudor o por mis lágrimas.
Mis brazos le rodean con fuerza, quisiera tenerlo otra vez dentro de mí para cuidarlo y protegerlo.
Pero cuando miro sus ojos…… un escalofrío recorre mi cuerpo.
Mº LUISA BLANCO MELCON. TRABAJO PARA EL 8 DE MARZO 2009
Camina de un lugar a otro de la habitación. Sus manos golpean los objetos que encuentra en su camino;
De una patada lanza un taburete que golpea mis piernas y un fuerte dolor recorre mi cuerpo.
Sus ojos sin expresión reflejan un vacío que da miedo.
Quisiera coger su mano y sacarlo de ese pozo donde está, pero una parte de mí grita que me vaya, que le olvide, que no es nadie, que en la calle brilla el sol y el aire trae el olor de la primavera y la gente ríe y es feliz.
Mi espalda tropieza contra la pared, me deslizo hasta el suelo donde sentada abrazo mis piernas.
El dolor se va calmando y la tarde trae la oscuridad.
Intento aislarme del ruido y recuerdo el lejano pasado que ha desembocado en este infierno.
Todo fue perfecto. Conocí a Alberto en el último año de carrera; teníamos las mismas ilusiones; construir confortables casas y ciudades que fueran habitables para todas las personas.
Aunque yo provenía de otro ambiente, fui aceptada sin ninguna traba por su familia y sus amigos.
Al terminar nuestras carreras decidimos casarnos; su familia había conseguido un trabajo para los dos, lejos de nuestra ciudad.
El trabajo lo realizábamos conjuntamente, él era el jefe y yo su ayudante pero no me importaba, estábamos juntos y realizando nuestro sueño.
Transcurrían los meses entre el trabajo, sus reuniones y alguna escapada los fines de semana.
Como mi trabajo no era tan importante, decidimos que era hora de aumentar la familia.
Fue pasando el tiempo lentamente y no conseguía quedarme embarazada.
El carácter se nos fue cambiando a los dos y por cualquier tontería saltábamos. En su mirada veía el reproche y comencé a cuestionarme que quizás yo no servía para ser madre.
Sus reuniones fueron mas frecuentes y largas. Cuando le preguntaba, contestaba que tenía un trabajo de mucha responsabilidad.
Cuando mas distanciados estábamos, llegó el día en que sentí que algo crecía en mí; me aseguré de que fuera verdad y se lo dije. Su cara fue de sorpresa, ilusión y un poco de temor. Quizás no estábamos preparados para tanta obligación.
Nos fuimos adaptando al transcurrir de los días; él seguía con sus reuniones pero cuando llegaba a casa siempre tenía una sonrisa; tocaba mi barriga y decía que seriamos unos padres estupendos.
El último mes dejé de trabajar; no estaba en condiciones de patear las obras.
Y un buen día sentí la llegada del bebé y preparé todo para ir al hospital. Intenté comunicarme con él y al no conseguirlo le mandé un mensaje.
Todo fue rápido, el pequeño tenía prisa por salir.
Al cabo de unas horas llegó Alberto relajado y sonriente con un precioso ramo de rosas. Había llamado a la clínica y como todo había salido bien él decidió seguir con el trabajo hasta ultimarlo. Cuando le escuchaba (deseé estrangularlo) le miré y al ver la cara de ilusión con que miraba a nuestro hijo decidí olvidar el cabreo y disfrutar del momento.
Estamos ya en casa; mis suegros han venido a visitarnos y aunque el pequeño se parece a mí, han dicho que es igual de bueno que Albertito, que sólo hacía comer y dormir.
El niño es un ángel; sonríe con cara angelical y mueve sus manitas intentando atrapar el aire.
El tiempo va pasando y aunque todo es normal, algo en mi interior me dice que no va bien; apenas llora, su mirada no mira, traspasa, me hace estremecer.
Cuando se lo cuento a Alberto se sonríe y contesta que tengo mucha imaginación, que el niño es muy tranquilo.
Después de mucho insistir esta tarde vamos a llevarlo al pediatra. Iré sola; le ha surgido una reunión que no puede cancelar.
Le han hecho algunas pruebas y el diagnóstico es autismo. No sabemos en que grado; esto tendrán que decirlo los especialistas.
He estado dándole muchas vueltas y he decidido que me voy a mi ciudad. Se lo he dicho a Alberto y se lo ha tomado bien; creo que hasta con alivio.
Vivo en el piso donde yo me crié. Él viene los fines de semana y llama todos los días para interesarse por nosotros.
Han pasado cinco años; tengo un trabajo de media jornada; por las tardes cuido al niño; intento seguir los consejos del terapeuta: cesar sus movimientos repetitivos y centrar su atención en mí, enseñarle a sentir algo por alguien o por algo.
Alberto es el padre perfecto. Viene un día al mes, le colma de regalos que su hijo no mira, llama a los médicos para saber los progresos del niño. Me da dinero que no necesito y sale huyendo de la casa como si estuviera ardiendo.
Nunca ha asimilado que su hijo es como es y que tiene que aprender a quererlo.
Los gritos y lo ruidos han cesado.
Una manita caliente me toca la cara.
Su cuerpo pequeño y tembloroso separa mis manos y se sienta en mis piernas, me besa la mejilla que está húmeda, no se si por su sudor o por mis lágrimas.
Mis brazos le rodean con fuerza, quisiera tenerlo otra vez dentro de mí para cuidarlo y protegerlo.
Pero cuando miro sus ojos…… un escalofrío recorre mi cuerpo.
Mº LUISA BLANCO MELCON. TRABAJO PARA EL 8 DE MARZO 2009
Que bello y triste relato, gracias por compartirlo.
JOse
JOse