UN MAR DE ESPUMA BLANCA
Mira que la blusa es fina y bonita. Leo la etiqueta: Lavar a mano, en agua fría, no escurrir y tender a la sombra”. Bueno además de fina y bonita, delicada y pijotera. ¿Quien me mandaría, comprar esta prenda que no puedo meter a la lavadora?. Ahora a frotar esta mancha que no saldrá y con el poco tiempo que tengo, me mosqueare. Pero ¿con quién?, la pongo en remojo me siento, me relajo y me desestreso.
Parece que estoy viendo a mi madre meter la ropa en aquella maquina que solo lavaba. La cargaba con agua caliente ponía el detergente y la ropa dentro y a dar vueltas. Cuando consideraba que estaba limpia, si era blanca, la ponía en un balde de aluminio que tenía subido a un carretillo y se iba con ella a las eras de Pepe el cojo. La tendía sobre la hierba cortada, sabanas, toallas, camisetas, bragas, calzoncillos y calcetines… Buscaba unas piedras pequeñas y las ponía encima, para que si hacia aire no se volaran; regresaba a casa para preparar la comida y a las dos horas cogía la regadera y un caldero con agua y volvía a las eras. Regaba la ropa, que estaba casi seca y yo me maravillaba de que las manchas hubieran desaparecido. La era parecía un mar de espuma blanca, salpicado de alguna mancha azul claro de las toallas que flotaban como barquitos a la deriva. Volvíamos a casa y después de comer y fregar, regresaba a la era recogía su mar de ropas, lo metía en el balde y se iba al arroyo de Valdoreo que pasaba por delante de la casa de Perpetua, sacaba su taja del corral de la casa y se ponía a aclarar.
Siempre había más madres lavando. Charlaban (creo que era el único momento que tenían para hablar de sus cosas) y lavaban. La última labor era llenar el caldero de agua con azulete y meter la ropa ya limpia: las prendas blancas cogían una tonalidad de azul cielo de verano.
Ese era el proceso de hacer la colada. Así una semana tras otra y cuando llegaba el invierno el trabajo era el mismo, pero con un problema añadido: el arroyo se había desbordado y estaba helado. Entonces buscaba el sitio adecuado para colocar la taja y con una piedra redonda y limpia rompía el hielo; se ponía unos guantes de goma y aclaraba la ropa, que iba depositando en el balde. Cuando la aplastaba para que cogiera más, esta crujía como si se estuviese rompiendo. Al terminar, se quitaba los guantes para agarrar el carretillo, pero los dedos se negaban a doblarse. Las manos rojas y amoratadas las metía debajo de la chaqueta para que recibieran un poco de calor del cuerpo, hasta que los dedos doloridos, comenzaban a moverse.
Me digo: Si mi madre hacia todo eso, ¿como yo no puedo frotar y aclarar una delicada camisa?. Aunque sea con agua fría. Lo hare, pero nunca me podre comparar con mi madre ni con ninguna madre de aquellos tiempos. Trabajaba dentro, fuera; cuidaban a los hijos, al marido a los abuelos; reían, lloraban, pero nunca se “estresaban”, porque no conocían la palabra ni lo que significaba. ¿Quizás es que eran duras como el acero?.
Mº BLANCO
Mira que la blusa es fina y bonita. Leo la etiqueta: Lavar a mano, en agua fría, no escurrir y tender a la sombra”. Bueno además de fina y bonita, delicada y pijotera. ¿Quien me mandaría, comprar esta prenda que no puedo meter a la lavadora?. Ahora a frotar esta mancha que no saldrá y con el poco tiempo que tengo, me mosqueare. Pero ¿con quién?, la pongo en remojo me siento, me relajo y me desestreso.
Parece que estoy viendo a mi madre meter la ropa en aquella maquina que solo lavaba. La cargaba con agua caliente ponía el detergente y la ropa dentro y a dar vueltas. Cuando consideraba que estaba limpia, si era blanca, la ponía en un balde de aluminio que tenía subido a un carretillo y se iba con ella a las eras de Pepe el cojo. La tendía sobre la hierba cortada, sabanas, toallas, camisetas, bragas, calzoncillos y calcetines… Buscaba unas piedras pequeñas y las ponía encima, para que si hacia aire no se volaran; regresaba a casa para preparar la comida y a las dos horas cogía la regadera y un caldero con agua y volvía a las eras. Regaba la ropa, que estaba casi seca y yo me maravillaba de que las manchas hubieran desaparecido. La era parecía un mar de espuma blanca, salpicado de alguna mancha azul claro de las toallas que flotaban como barquitos a la deriva. Volvíamos a casa y después de comer y fregar, regresaba a la era recogía su mar de ropas, lo metía en el balde y se iba al arroyo de Valdoreo que pasaba por delante de la casa de Perpetua, sacaba su taja del corral de la casa y se ponía a aclarar.
Siempre había más madres lavando. Charlaban (creo que era el único momento que tenían para hablar de sus cosas) y lavaban. La última labor era llenar el caldero de agua con azulete y meter la ropa ya limpia: las prendas blancas cogían una tonalidad de azul cielo de verano.
Ese era el proceso de hacer la colada. Así una semana tras otra y cuando llegaba el invierno el trabajo era el mismo, pero con un problema añadido: el arroyo se había desbordado y estaba helado. Entonces buscaba el sitio adecuado para colocar la taja y con una piedra redonda y limpia rompía el hielo; se ponía unos guantes de goma y aclaraba la ropa, que iba depositando en el balde. Cuando la aplastaba para que cogiera más, esta crujía como si se estuviese rompiendo. Al terminar, se quitaba los guantes para agarrar el carretillo, pero los dedos se negaban a doblarse. Las manos rojas y amoratadas las metía debajo de la chaqueta para que recibieran un poco de calor del cuerpo, hasta que los dedos doloridos, comenzaban a moverse.
Me digo: Si mi madre hacia todo eso, ¿como yo no puedo frotar y aclarar una delicada camisa?. Aunque sea con agua fría. Lo hare, pero nunca me podre comparar con mi madre ni con ninguna madre de aquellos tiempos. Trabajaba dentro, fuera; cuidaban a los hijos, al marido a los abuelos; reían, lloraban, pero nunca se “estresaban”, porque no conocían la palabra ni lo que significaba. ¿Quizás es que eran duras como el acero?.
Mº BLANCO
maria luisa! que precioso yo me acuerdo de ir al rio con mi madre a lavar la ropa! ellas no eran de acero! ellas amaban la vida y nos les cabia todas esas cosas que a nosotras ahora nos agobian y nos estresan! vivan nuestras madres!
Si yo tambien fui alguna vez con mi madre a lavar, pero no me gustaba porque siempre me daba calcetines para que los frotara