Recuerdos de aquella escuela
Como recuerdo aquella escuela de techos altos, con leña de viejo roble de las mejores suertes, con la que atizábamos la antigua estufa. Escobas secas y papel de periódico apilado; cada día nos tocaba madrugar a dos guajes, para encenderla y atizarla antes de que llegara el resto del personal.
Olor a polvo de sabia y desgastada enciclopedia y respeto recio al duro maestro, aquel que preguntaba la lección, a la vez que vareaba nuestras sufridas culeras, mientras le mostrábamos las inocentes carencias en el campo del saber. En la entrada de aquellos roídos suelos de madera que a medida que se pisaban se hundían, negros chanclos apilados junto a madreñas enlazadas con alambres para que no se abrieran y buenos tacos de goma en las tres patas, que nos permitían pasar a la gran aula con los pies calientes metidos en aquellas zapatillas de cuadros, siempre medio rotas.
Y aquella anécdota surgida en cierto día, nada más regresar después de la comida. Alguien se levantó, justo a los cinco minutos de sentarnos:
“Señor maestro, me deja ir a mear?”.
“ ¿Cómo se dice?”
“ ¿Que si me deja ir a orinar?”
“Siéntese, acabamos de entrar y no son horas”.
Pasaron dos minutos y el siguiente con la misma pregunta………..
Aquel serio maestro se puso en pie y preguntó quien quería salir a hacer un pis, a lo que todos contestamos con el brazo subido.
“Bien, pónganse en pie y vayan saliendo en fila de uno en uno”.
Todos salimos, y una vez colocados de cara a la seve de al lado, dio las órdenes oportunas para que cada cual bajara su bragueta y sacara su correspondiente “canario”.
Todos a ello, mientras el recio maestro vigilaba sigiloso por detrás desfilando lentamente, ocurrió que echó en falta bastantes chorros que se suponía debían hacerse ver, para así justificar aquella salida colectiva.
En bastantes casos, las ganas no eran precisamente de orinar, sino más bien de airearse en aquella soleada tarde, por lo que cierta vara sacudió sin titubeos tantas culeras, como individuos que no vertieron aguas; y otros chorros que se hicieron ver en un principio, se cortaron “ipso facto” por compañerismo y mayormente, por lo que al lado estaba sucediendo. Entre unas cosas y otras, allí prácticamente no orinó ni el más meón pero volvimos a la escuela con la sana impresión de habernos encontrado un buen aireo y a la vez vareo. Eso sí, al día siguiente, a las tres y cinco, todos fuimos totalmente meadines de casa.
Juegos al recreo en el camino de La Romería: la pica, el manrro, fútbol, campos medios, los cartones, el bote, el escondite, a la una brinca la mula…….. mientras otros vertían aguas en la misma Güelga, al lado de la cantarina presa. Ya de estar allí y con aquel tosco e inseparable tirador puesto al día y buenas chinas para el mismo, se apuntaba a los altos nogales para tirar las ricas nueces de Pedro y Fina y llevarlas al bolso recién caidas, en señal de valioso trofeo.
Recuerdo a Recaredo Rabanal "Recas", Canorín Sierra Pastor, Luis Angel Blanco Melcón "El Capi", Gonzalín, Toño "El Barbero", Toño "el Ruco", Pepe "Peletre", José Mari "El Fraile", José Luis “El Pana”, Luisín el del Gordo, Domingo "El Portu", José Antonio "El Fueyo", Javier (Matarredonda), Roberto (Somata), Eusebio, Angelín (El Reguerón), Angelín "El de Julita", Ernestín “el Ruco”..... y a mi entrañable amigo Pepín "El de Eusebio". (Pido disculpas si me dejo a alguien).
El Presi
Como recuerdo aquella escuela de techos altos, con leña de viejo roble de las mejores suertes, con la que atizábamos la antigua estufa. Escobas secas y papel de periódico apilado; cada día nos tocaba madrugar a dos guajes, para encenderla y atizarla antes de que llegara el resto del personal.
Olor a polvo de sabia y desgastada enciclopedia y respeto recio al duro maestro, aquel que preguntaba la lección, a la vez que vareaba nuestras sufridas culeras, mientras le mostrábamos las inocentes carencias en el campo del saber. En la entrada de aquellos roídos suelos de madera que a medida que se pisaban se hundían, negros chanclos apilados junto a madreñas enlazadas con alambres para que no se abrieran y buenos tacos de goma en las tres patas, que nos permitían pasar a la gran aula con los pies calientes metidos en aquellas zapatillas de cuadros, siempre medio rotas.
Y aquella anécdota surgida en cierto día, nada más regresar después de la comida. Alguien se levantó, justo a los cinco minutos de sentarnos:
“Señor maestro, me deja ir a mear?”.
“ ¿Cómo se dice?”
“ ¿Que si me deja ir a orinar?”
“Siéntese, acabamos de entrar y no son horas”.
Pasaron dos minutos y el siguiente con la misma pregunta………..
Aquel serio maestro se puso en pie y preguntó quien quería salir a hacer un pis, a lo que todos contestamos con el brazo subido.
“Bien, pónganse en pie y vayan saliendo en fila de uno en uno”.
Todos salimos, y una vez colocados de cara a la seve de al lado, dio las órdenes oportunas para que cada cual bajara su bragueta y sacara su correspondiente “canario”.
Todos a ello, mientras el recio maestro vigilaba sigiloso por detrás desfilando lentamente, ocurrió que echó en falta bastantes chorros que se suponía debían hacerse ver, para así justificar aquella salida colectiva.
En bastantes casos, las ganas no eran precisamente de orinar, sino más bien de airearse en aquella soleada tarde, por lo que cierta vara sacudió sin titubeos tantas culeras, como individuos que no vertieron aguas; y otros chorros que se hicieron ver en un principio, se cortaron “ipso facto” por compañerismo y mayormente, por lo que al lado estaba sucediendo. Entre unas cosas y otras, allí prácticamente no orinó ni el más meón pero volvimos a la escuela con la sana impresión de habernos encontrado un buen aireo y a la vez vareo. Eso sí, al día siguiente, a las tres y cinco, todos fuimos totalmente meadines de casa.
Juegos al recreo en el camino de La Romería: la pica, el manrro, fútbol, campos medios, los cartones, el bote, el escondite, a la una brinca la mula…….. mientras otros vertían aguas en la misma Güelga, al lado de la cantarina presa. Ya de estar allí y con aquel tosco e inseparable tirador puesto al día y buenas chinas para el mismo, se apuntaba a los altos nogales para tirar las ricas nueces de Pedro y Fina y llevarlas al bolso recién caidas, en señal de valioso trofeo.
Recuerdo a Recaredo Rabanal "Recas", Canorín Sierra Pastor, Luis Angel Blanco Melcón "El Capi", Gonzalín, Toño "El Barbero", Toño "el Ruco", Pepe "Peletre", José Mari "El Fraile", José Luis “El Pana”, Luisín el del Gordo, Domingo "El Portu", José Antonio "El Fueyo", Javier (Matarredonda), Roberto (Somata), Eusebio, Angelín (El Reguerón), Angelín "El de Julita", Ernestín “el Ruco”..... y a mi entrañable amigo Pepín "El de Eusebio". (Pido disculpas si me dejo a alguien).
El Presi