Anda, y cuando íbamos al pueblo, la leche se la tenía que poner en una botella de la asturiana sin que se diera cuenta.
A mi no me gustaba la leche de verdad, tenía un gusto raro. Pero los cafés con leche que tomaba en
casa de mi tía Celia estaban de fábula, no he vuelto a probar ninguno como aquellos en un tazón supergrande.