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TARDAJOS: HOMBRES, MUJERES Y TIERRAS DE TARDAJOS...

HOMBRES, MUJERES Y TIERRAS DE TARDAJOS

ELVIRA LA HORNERA por SEVERIANO PAMPLIEGA NOGAL

Usta se hizo famosa por una anécdota trágico-cómica que no me resisto a contaros. Era la época de la matanza. Cuando a todo cerdo le llega su "San Martín". Los Vecinos - aunque no lo dijeran - rivalizaban en quien mataba el cerdo más grande. Siguiendo esta costumbre, subían a Burgos a comprarle el 14 de septiembre, día de la Cruz, que había en la feria. Se le engordaba hasta el mes de enero, febrero o algo más tarde por los motivos que ya os podéis suponer. Y se hacía la matanza.
Recuerdo que los chicos lo pasábamos en grande. Hinchábamos la vejiga con una paja como si fuera un balón y cuando estaba bien inflada, nos íbamos a jugar a las eras. También era costumbre hacer partícipes de la fiesta a los familiares y vecinos. Se les llevaba una olla o puchero de caldo mondongo de cocer las morcillas y un par de ellas. Después de estazar o despiezar el cerdo, se preparaba el picadillo para hacer los chorizos. Y ahora viene la anécdota de Usta.
Se colocaba la tripa en la máquina de embutir, se llenaba la tolva o embudo con la masa del picadillo y mientras con una mano se daba a la manivela, con la otra se presionaba la carne.

La faena se aderezaba siempre con alguna broma o chiste o simplemente dándole a la sin hueso. Pero mira por dónde, quiso la mala suerte que Usta - que ya entonces era una mocita-, bien guapa por cierto, con una sonrisa hechicera y unos ojos de cine, se debió distraer un momento y se le fue medio dedo, hecho también picadillo. (No sabemos en qué atadillo de chorizo ni a quien le tocaría la sorpresa.)

Cuando alguna vez he vuelto al pueblo por las Fiestas, la he saludado y siempre hemos comentado alegremente aquella fechoría. Y, lo que es la vida, la suerte la ha recompensado sobradamente con una buena tajada. Se casó con Alejo, el hijo de Tomasuri y Dominica, una de las familias más pudientes.

Ya con la hornada, todavía calentita, en casa, lo primero que yo hacía, era meter el dedo en el ojo de la pajarita y claro, me ganaba un pescozón de mi madre y me decía: ya estás dejando el confite donde estaba, caraja, y no comas nada todavía, deja que se oree un poco, que agua fría y pan caliente nunca hicieron buen vientre.

Precisamente el horno de la tía Elvira me inspiró un día el poemita "Si volviera Gabriel y Galán", del que ahora cito estos versos para terminar.

SI VOLVIERA
Si volviera Gabriel y Galán
si volviera,
volvería a cantarse en el trillo,
subiría la parva a la era,
si volviera,
olerían los hornos a pan
y a amores la hornera.
Si volviera...