Flor Negra de terciopelo
de Jorge Asís
Ella tampoco había tenido suerte con la flor de terciopelo negra que buscaba. Y vivía con permanentes deseos de tomar un café. El tipo tenía el aspecto del sobrio cincuentón, sin mantenimiento. Marina no aceptó la idea del café. Pero le dejó su teléfono.
Transparencia compleja. Grandilocuente, con la sincera frontalidad que desubicaba. A Guillermo le encantaba hablar sin respiro. Marina también era conversadora. Su locuacidad podía convertirse en un defecto. Los hombres, de un tiempo a esa parte, hablaban lo menos posible. Solía comentarlo con sus amigas mal casadas. Querían ponerla de vez en cuando, con menor frecuencia e intensidad. La compartida locuacidad era la segunda coincidencia terrenal que mantenían. Pero Guillermo hablaba ostensiblemente porque se aventuraba en la tarea tensa de la seducción. El exacto período que ella debía aprovechar. Cuando podía comprobar que el otro tenía mucho para contarle. Le fascinaba que tratara de ponerse brillante y se esmerara en el discurso.
de Jorge Asís
Ella tampoco había tenido suerte con la flor de terciopelo negra que buscaba. Y vivía con permanentes deseos de tomar un café. El tipo tenía el aspecto del sobrio cincuentón, sin mantenimiento. Marina no aceptó la idea del café. Pero le dejó su teléfono.
Transparencia compleja. Grandilocuente, con la sincera frontalidad que desubicaba. A Guillermo le encantaba hablar sin respiro. Marina también era conversadora. Su locuacidad podía convertirse en un defecto. Los hombres, de un tiempo a esa parte, hablaban lo menos posible. Solía comentarlo con sus amigas mal casadas. Querían ponerla de vez en cuando, con menor frecuencia e intensidad. La compartida locuacidad era la segunda coincidencia terrenal que mantenían. Pero Guillermo hablaba ostensiblemente porque se aventuraba en la tarea tensa de la seducción. El exacto período que ella debía aprovechar. Cuando podía comprobar que el otro tenía mucho para contarle. Le fascinaba que tratara de ponerse brillante y se esmerara en el discurso.
Marina, espero que no seas de las solitarias porteñas que viven con un gato que no les hace caso– Guillermo, en el teléfono.- Mi compañía no la soporta ni siquiera un gato.- Vaya mujer tan interesante.- Acabo de liberarme de un hijo que pesaba más que un marido. Y algo menos que un gato.- Noto que sos la mujer ideal. Yo no estoy en condiciones morales de estar solo ni en el cuarto de baño. Mi segunda esposa me acaba de abandonar. Puedo asegurarte que abandonarme fue la mejor idea que se le ocurrió en nuestros doce años de convivencia. La soledad era necesaria en mi vida. Miraba con envidia a los solitarios que iban al café los domingos a la tarde. Ahora que estoy solo, no sé qué demonios hacer con el tiempo libre. Juro que me da vergüenza ser un solitario. A mi edad, 54, ya tendría que llevar a los nietos al salón de juegos. Sospecho que todos me miran cuando estoy solo. En otro rollo matrimonial no pienso meterme nunca más. La tercera coincidencia terrenal.
Comieron pocos días más tarde, en el clasicismo de Edelweiss. Guillermo contó que había salido de la ciudad. Triste estadía en San Martín de los Andes. La belleza del paisaje contrastaba con la intensidad del fastidioso aburrimiento. El propósito el viaje consistió en visitar a sus dos hijos pequeños, de su segunda ex mujer. La atormentada Norah mantenía la asombrosa petulancia de suponerse rica y demostrarlo. Gracias a una clínica de Mina Clavero ella aún tenía los cables de la cabeza medianamente reestructurados.
Comieron pocos días más tarde, en el clasicismo de Edelweiss. Guillermo contó que había salido de la ciudad. Triste estadía en San Martín de los Andes. La belleza del paisaje contrastaba con la intensidad del fastidioso aburrimiento. El propósito el viaje consistió en visitar a sus dos hijos pequeños, de su segunda ex mujer. La atormentada Norah mantenía la asombrosa petulancia de suponerse rica y demostrarlo. Gracias a una clínica de Mina Clavero ella aún tenía los cables de la cabeza medianamente reestructurados.
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