Flor Negra de terciopelo
de Jorge Asís
Ella tampoco había tenido suerte con la flor de terciopelo negra que buscaba. Y vivía con permanentes deseos de tomar un café. El tipo tenía el aspecto del sobrio cincuentón, sin mantenimiento. Marina no aceptó la idea del café. Pero le dejó su teléfono.
Transparencia compleja. Grandilocuente, con la sincera frontalidad que desubicaba. A Guillermo le encantaba hablar sin respiro. Marina también era conversadora. Su locuacidad podía convertirse en un defecto. Los hombres, de un tiempo a esa parte, hablaban lo menos posible. Solía comentarlo con sus amigas mal casadas. Querían ponerla de vez en cuando, con menor frecuencia e intensidad. La compartida locuacidad era la segunda coincidencia terrenal que mantenían. Pero Guillermo hablaba ostensiblemente porque se aventuraba en la tarea tensa de la seducción. El exacto período que ella debía aprovechar. Cuando podía comprobar que el otro tenía mucho para contarle. Le fascinaba que tratara de ponerse brillante y se esmerara en el discurso.
de Jorge Asís
Ella tampoco había tenido suerte con la flor de terciopelo negra que buscaba. Y vivía con permanentes deseos de tomar un café. El tipo tenía el aspecto del sobrio cincuentón, sin mantenimiento. Marina no aceptó la idea del café. Pero le dejó su teléfono.
Transparencia compleja. Grandilocuente, con la sincera frontalidad que desubicaba. A Guillermo le encantaba hablar sin respiro. Marina también era conversadora. Su locuacidad podía convertirse en un defecto. Los hombres, de un tiempo a esa parte, hablaban lo menos posible. Solía comentarlo con sus amigas mal casadas. Querían ponerla de vez en cuando, con menor frecuencia e intensidad. La compartida locuacidad era la segunda coincidencia terrenal que mantenían. Pero Guillermo hablaba ostensiblemente porque se aventuraba en la tarea tensa de la seducción. El exacto período que ella debía aprovechar. Cuando podía comprobar que el otro tenía mucho para contarle. Le fascinaba que tratara de ponerse brillante y se esmerara en el discurso.