-Pues hazme una, pero que sea bastante resistente. Si resulta fuerte te pagaré cien rublos; pero si se rompe no cobrarás ni un copec.
El herrero forjó una cadena de hierro. Gorrioncito se ató con ella el cuerpo, luego se dobló por la cintura y la cadena se rompió. El herrero le forjó otra mucho más fuerte, que resistió todas las pruebas, y Gorrioncito la cogió, pagó por ella cien rublos y se dirigió a las praderas para montar la guardia a los haces de heno. Se sentó al lado de uno de ellos y se puso a esperar.
Justo a media noche se levantó el viento, se alborotó el mar, y de sus profundidades surgió una yegua hermosísima que se acercó al primer haz y empezó a devorar el heno. Gorrioncito corrió hacia ella, la sujetó con la cadena de hierro y montó a caballo en su lomo.
La yegua, enfurecida, echó a correr por valles y montes; pero, a pesar de esta carrera desenfrenada, el jinete permaneció como clavado en su sitio. Al fin, cansada de correr, la yegua se paró y dijo:
- ¡Oh, joven valeroso! Ya que has podido dominarme, sé tú el amo de mis potros.
Se acercó a la orilla del mar y relinchó estrepitosamente. El mar se alborotó y salieron a la orilla cuarenta y un caballos tan magníficos, que aunque se buscasen por todo el mundo no se encontrarían otros semejantes.
Por la mañana, el padre de Gorrioncito, oyendo un gran pataleo y estrepitoso relinchar en el patio, salió asustado para ver lo que pasaba. Era su hijo que llegaba a casa acompañado de todo un rebaño de caballos.
- ¡Hola, hermanos! -exclamó-. Aquí traigo un caballo para cada uno; vámonos a buscar novia.
- ¡Vámonos! -contestaron todos.
Los padres les dieron su bendición y todos los hermanos se pusieron en camino
El herrero forjó una cadena de hierro. Gorrioncito se ató con ella el cuerpo, luego se dobló por la cintura y la cadena se rompió. El herrero le forjó otra mucho más fuerte, que resistió todas las pruebas, y Gorrioncito la cogió, pagó por ella cien rublos y se dirigió a las praderas para montar la guardia a los haces de heno. Se sentó al lado de uno de ellos y se puso a esperar.
Justo a media noche se levantó el viento, se alborotó el mar, y de sus profundidades surgió una yegua hermosísima que se acercó al primer haz y empezó a devorar el heno. Gorrioncito corrió hacia ella, la sujetó con la cadena de hierro y montó a caballo en su lomo.
La yegua, enfurecida, echó a correr por valles y montes; pero, a pesar de esta carrera desenfrenada, el jinete permaneció como clavado en su sitio. Al fin, cansada de correr, la yegua se paró y dijo:
- ¡Oh, joven valeroso! Ya que has podido dominarme, sé tú el amo de mis potros.
Se acercó a la orilla del mar y relinchó estrepitosamente. El mar se alborotó y salieron a la orilla cuarenta y un caballos tan magníficos, que aunque se buscasen por todo el mundo no se encontrarían otros semejantes.
Por la mañana, el padre de Gorrioncito, oyendo un gran pataleo y estrepitoso relinchar en el patio, salió asustado para ver lo que pasaba. Era su hijo que llegaba a casa acompañado de todo un rebaño de caballos.
- ¡Hola, hermanos! -exclamó-. Aquí traigo un caballo para cada uno; vámonos a buscar novia.
- ¡Vámonos! -contestaron todos.
Los padres les dieron su bendición y todos los hermanos se pusieron en camino