El pan y el refranero
Una de las estampas que mayor impronta nos dejó nuestra España más clásica, la del siglo de oro de la pintura, de la literatura y de la mística, de pícaros, lazarillos, bachilleres, dómines y otros personajes de la plaza y el mesón, de títulos con sangre limpia y de cristianos viejos... fue, sin duda, la aventura diaria de comer.
Desde entonces, o quizá mucho antes, el noble acto de comer resultó un duro ejercicio para buena parte de la población, que se las veía y se las deseaba para acostarse sin retortijones de tripas. De aquella época en la que echarse algo sustancioso al estómago, por no decir comer, que resulta actividad más solemne, y no digamos a diario, no era cosa baladí se instaló en la parla diaria de los españoles constantes alusiones a esta incierta actividad que, por lo visto, estaba reservada a los agraciados que dirigían sus pasos en torno a la corte, a la religión y a la milicia.
Una de las estampas que mayor impronta nos dejó nuestra España más clásica, la del siglo de oro de la pintura, de la literatura y de la mística, de pícaros, lazarillos, bachilleres, dómines y otros personajes de la plaza y el mesón, de títulos con sangre limpia y de cristianos viejos... fue, sin duda, la aventura diaria de comer.
Desde entonces, o quizá mucho antes, el noble acto de comer resultó un duro ejercicio para buena parte de la población, que se las veía y se las deseaba para acostarse sin retortijones de tripas. De aquella época en la que echarse algo sustancioso al estómago, por no decir comer, que resulta actividad más solemne, y no digamos a diario, no era cosa baladí se instaló en la parla diaria de los españoles constantes alusiones a esta incierta actividad que, por lo visto, estaba reservada a los agraciados que dirigían sus pasos en torno a la corte, a la religión y a la milicia.
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