Ya que estuve medio bueno de mis negros cardenales, decidí dejar al ciego; pero preferí hacerlo cuando más me interesara. Y aunque yo quisiera perdonarle el jarrazo, no podía por el mal trato que el mal ciego desde entonces me daba que sin causa ni razón me hería, dándome coscorrones y tirones del pelo. Y si alguno le preguntaba por qué me trataba tan mal, le contaba el cuento del jarro, diciendo:
- ¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente? No creo que el demonio inventara otra hazaña peor.
Santiguándose los que lo oían, decían:
- ¡Mira, quien pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!
Y reían mucho lo que contaba y le decían:
- Castigadlo, castigadlo, que Dios os lo premiará.
Y él con aquello nunca otra cosa hacía. Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos y a propósito, por hacerle mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo, por lo más alto; que me alegraba a mí quebrarme un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto con la garrota me pegaba en el cogote, el cual siempre traía lleno de chichones y aunque yo juraba no hacerlo con malicia, sino por no hallar mejor camino, el ciego no me creía: tal era el sentido y el grandísimo entendimiento (16) del traidor.
(16) Inteligencia
------------------------------ ------------------------------ --------------------
... (ver texto completo)