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HORTIGUELA: bella poesia de Salvador Rueda...

EL ÁRBOL DE LAS ESTRELLAS
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Lleno de cálices blancos,
desde el tronco a la cimera,
el almendro me parece
el árbol de las estrellas.
En él, con furia soplando,
entreabrió marzo sus yemas,
y en collares de luceros
trocó sus ramas espléndidas.
¡Árbol del cielo, árbol claro,
que anunacias la primavera:
Parecen risas de niño
tus florecillas abiertas!
Bajo el ramaje de plata
hecho de nieve y de perlas,
que te viste de blancura
y de impecable pureza,
muchachas de quince abriles,
allá en mi niñez risueña,
iban a cortar tus tallos
para adornar sus cabezas.
La tradición, que no muere,
les refirió la leyenda
de que si en torno al almendro
bailaban formando rueda,
rondadores les saldrian,
llenos de amantes fuerzas,
que las harían esposas
al caer las flores secas.
Ellas alzaban entonces
hacía el ramaje las diestras,
y con tallos adornaban
sus sedosas cabelleras;
y, coronadas de flores,
después formarian cadena,
y en torno al árbol brillante
bailaban danza ligera.
Cada vez que sacudían,
dando las rápidas vueltas,
el esplendente ramaje,
con las manos en cruz puestas,
un aguacero de flores
descendía sobre ellas,
como en noche azul y clara
se ve una lluvia de estrellas.
Eran frescas ilusiones,
eran esperanzas frescas,
que caían en sus almas
anegando sus cabezas.
Saltaban, locas, de risa
al sentir las flores trémulas,
y de risas y de flores
salpicaban aire y tierra.
Después del rito amoroso,
al morir la tarde lenta
entre derrames de púrpura
y velos de azules felpas,
hacia el puebo entrelazadas,
regresaban las doncellas,
flores de almendro llevando
en las frentes, por diademas;
y en un coro, cuytas notas
aún dentro del alma tiembla
esta canción entonaban:

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Almendro oloroso, que un novio me salga;
un novio que vista justillo y chaqueta,
que tenga los ojos muy grandes, muy grandes,
que tenga la boca muy fresca, muy fresca;
que sepa en el campo mover una azada,
que sepa las armas mover en la guerra;
que quiera a su patria, que qwuiera a su madre,,
que quiera a Dios justo de cielos y tierra,
y que más que a madre, que a Dios, y que a patria,
a mí, aunque es pecado, me mire y me quiera.

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Hoy, que a mi ser impasible
la edad del dolor se acerca,
y de cuanto amé en el mundo
muy poco o nada me queda,
por no llorar, los dos ojos
cierro a la vida de fuera:
y más me entristece el alma
ver dentro de mi rueda
de juventud y alegría,
de amor y de gentileza,
que brilla girando en torno
del árbol de las estrellas.

Salvador Rueda.
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bella poesia de Salvador Rueda
. Saludos