A UNA TEMPESTAD
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Con imperfectos círculos enlazan
rayos al aire, que con discurso breve
sepulta Guadarrama en densa nieve,
cuyo blanco parece que amenazan.
Los vientos campo y naves despedazan;
el arco el mar con los extremos bebe;
súbele al polo y otra vez le llueve;
con que la tierra, el mar y el cielo abrazan.
Mezclo en un punto la disforme cara
la variedad con que se adorna el suelo,
perdiendo Febo de su curso el modo.
Y cuando ya parece que se para
la armonía del eterno cielo,
salió Lucinda y serenóse todo.
Vierte racimos la gloriosa palma
y sin amor se pone estéril luto;
Dafne se queja en su laurel sin fruto,
Narciso en blancas hojas se desalma.
Está la tierra sin la lluvia en calma,
viles hierbas produce el campo enjuto;
porque nunca pagó al amor tributo
gime en su piedra de Anaxarte el alma.
Oro engendra el amor de agua y arenas;
porque las conchas aman el rocío,
quedan de perlas orientales llenas.
No desprecies, Lucina hermosa, el mío
que al trasponer el sol las azucenas
pierden el lustre y nuestra edad el brío.
Lope de Vega.
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Con imperfectos círculos enlazan
rayos al aire, que con discurso breve
sepulta Guadarrama en densa nieve,
cuyo blanco parece que amenazan.
Los vientos campo y naves despedazan;
el arco el mar con los extremos bebe;
súbele al polo y otra vez le llueve;
con que la tierra, el mar y el cielo abrazan.
Mezclo en un punto la disforme cara
la variedad con que se adorna el suelo,
perdiendo Febo de su curso el modo.
Y cuando ya parece que se para
la armonía del eterno cielo,
salió Lucinda y serenóse todo.
Vierte racimos la gloriosa palma
y sin amor se pone estéril luto;
Dafne se queja en su laurel sin fruto,
Narciso en blancas hojas se desalma.
Está la tierra sin la lluvia en calma,
viles hierbas produce el campo enjuto;
porque nunca pagó al amor tributo
gime en su piedra de Anaxarte el alma.
Oro engendra el amor de agua y arenas;
porque las conchas aman el rocío,
quedan de perlas orientales llenas.
No desprecies, Lucina hermosa, el mío
que al trasponer el sol las azucenas
pierden el lustre y nuestra edad el brío.
Lope de Vega.
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