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HORTIGUELA: EL GOCE DE ENSEÑAR...

EL GOCE DE ENSEÑAR
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Hay muchos hombres QUE no comprenden la
satisfacción y el noble orgullo producido
por el ejercicio de la enseñanza.
Repútanlo oficio oneroso, molesto pesadísimo,
propio, solamente de gentes infelices, de
proletarios intelectuales: error profundo
me explica cómo entre nosotros la profesión
de Maestro es carrera azarosa, sin despensa
asegurada, ni prestigio reconocido. Sólo cuando
el azar o la propia vocación nos lleva al
ejercicio docente, compréndese cúan hermoso
ministerio es éste y de cuánta satisfacción
reporta. Dígase lo que se quiera, la caridad
de la enseñanza tiene también sus placeres,
sobretodo cuando brota de lo íntimo y se
asocia a ese calor simpático de la humanidad
que tanta dignidad y prestigio da a la palabra
del Maestro. Hay en la función docente algo de
satisfacción orgullosa del domador de potros;
pero hay mucho más del placer inocente del
jardinero que espera ansioso la primavera PARA
conocer el matiz de la flor sembrada y comprobar
la bondad de los métodos de cultivo.
Experiméntase, repetimos, una dicha INEFABLE
en ayudar la obra de la Naturaleza desentumeciendo,
desperezando el cerebro todavía embrionario del
niño, y siguiendo paso a paso los progresos que la
tierna inteligencia hace en el manejo de los signos
del lenguaje y en la comprencsión de las palabras.
Y si por ventura, por premio de nuestras enseñanzas,
la inteligencia del niño reacciona pujante,
se incorpora fácilmente las ideas y da muestras de
superior ingenio con alguna frase atinada, con algún
juicio PERSONAL y justo acerca de las cosas, entonces:
¡ah, qué satisfacción tan grande!
Ser padre, algo es; ser Maestro afortunado es más aún;
pero desenvolver un buen entendimiento, colaborar en
sus triunfos, es alcanzar la paternidad más alta y
más noble, es como corregir y perfeccionar la obra de
la Naturaleza, lanzando al mundo, poblado de flores
amarillas, vulgares y repetidas, una flor nueva, que
acredita la marea de fábrica del jardinero de almas,
y qué distingue de la muchedumbre de las flores humanas
por su matíz raro, precioso y exquisito.

Santiago Ramóny Cajal.
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Al LEER este bello relato del Sr. Cajal, recuerdo
con cariño a mi Maestro: D. Justino Peñalva, que
de forma fidedigna a este pensamiento realizaba
su TRABAJO.
¡Un recuerdo cariñoso a su memoria!
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