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Burgos
El misterio de los capiteles escandinavos de Burgos
R. PÉREZ BARREDO / Burgos
- domingo, 16 de febrero de 2025
Es un caso único en Europa: dos templos románicos burgaleses, los de Fuente Úrbel y Siones, cuentan con dos elementos iconográficos que remiten a una leyenda nórdica, concretamente a la saga Thidrek.

El románico es un estilo tan bello como enigmático. Tanto que, todavía hoy, están por descifrar muchos de los secretos que fueron tallados por los canteros en ermitas e iglesias. «Si hay algo que caracteriza en ocasiones a la iconografía románica es el lenguaje críptico en el que se manifiesta. En este sentido, es relativamente habitual encontrarse con imágenes desconcertantes y enigmáticas para las que no tenemos una explicación coherente», explica Pedro Luis Huerta, historiador del Arte que acaba de publicar en la revista Patrimonio -que edita la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico- un artículo que pone el foco en uno de esos arcanos que sigue constituyendo un verdadero misterio. Con protagonismo burgalés, por cuanto hace referencia a dos templos ubicados en la provincia, quintaesencia ambos de esta arquitectura medieval. En las iglesias de Santa María de Fuente Úrbel, en la comarca de los Tozos, y de Santa María de Siones, en el Valle de Mena, hay esculpidos dos capiteles que son un gran interrogante, pero que este investigador del arte relaciona con la mitología escandinava, vikinga, nórdica.
Atesoran ambos templos «dos capiteles figurados con una decoración tan singular que los hace únicos en el románico español y, que sepamos, también en el europeo. El de Siones, parcialmente mutilado, decora una de las arquerías del muro sur del presbiterio y muestra a un personaje que sujeta con unas grandes tenazas un objeto hacia el que dirige su pico una gran ave situada al lado. Una escena muy similar, pero con mayor desarrollo, es la que adorna un capitel doble ubicado en la arquería que recorre el hemiciclo absidal de la iglesia de Fuente Úrbel. En este caso, muestra una imagen que parece transcurrir en una fragua, con un personaje sedente que porta unas enormes tenazas de herrero con las que sujeta un objeto informe sobre el cual se dispone a golpear con su martillo un segundo personaje colocado de pie. Lo curioso y desconcertante a primera vista es, de nuevo, la figura de una gran ave que picotea el objeto sobre el que trabaja el herrero al tiempo que defeca en un caldero colocado tras ella. En torno a sus patas lleva una especie de cinta o correa que da a entender que el animal se encuentra en cautividad», describe Huerta.
Para, a renglón seguido, preguntarse qué diantres puede representar «tan asombrosa escena». Encuentra, de entrada, dos fuentes diferentes para explicarla: una está relacionada con el pasaje de una saga nórdica y la otra vinculada con una leyenda o mito en torno a los avestruces que circuló por Oriente y Occidente a lo largo de la Edad Media. «La saga de Thidrek forma parte de un ciclo narrativo de origen nórdico o centroeuropeo que tiene como protagonista al rey ostrogodo Teodorico el Grande (o de Verona). Este relato se puso por escrito en el siglo XIII, pero circulaba desde mucho antes en la tradición oral. Fue tal su éxito que se adaptó a diferentes lenguas de ahí las distintas versiones de su nombre, como el nórdico Thidrek o el alemán Dietrich von Bern. Uno de los pasajes narra cómo el herrero Wieland (Weland, Wayland, Welen, Völundr...) fabricó una espada de cuyo resultado no quedó satisfecho, motivo por el que la limó hasta reducirla a polvo. Luego mezcló las limaduras con harina e hizo una especie de tortitas con las que alimentó a unas aves a las cuales había tenido en ayunas durante tres días. Con los excrementos libres de escoria forjó una nueva espada mucho más sólida y resistente. La llamó Mimung o Mimming. Es curioso como este nombre de Wieland, Weland o Wayland derivó en el francés Galant, artífice de las espadas de Oliveros y Carlomagno».
Resulta curioso, subraya el investigador del Centro de Estudios del Románico, que este episodio no haya tenido repercusión en la iconografía medieval salvo en los dos capiteles burgaleses. Afirma que únicamente la arqueta Franks, ubicada en el Museo Británico de Londres) y fechada en el siglo VIII muestra en su cara frontal un pasaje de esta saga en la que aparece el herrero Wieland con tres aves, si bien parece que con la intención de fabricar un artefacto volador con el que escapar de su cautiverio. «Visto lo que se narra en la saga cabe preguntarse si hay algún animal que pueda digerir el hierro y no perezca en el intento. El Fisiólogo griego y algunas versiones del Bestiario medieval dotan de esa virtud al avestruz. En varios de estos compendios se atribuye a esta ave la capacidad para ingerir el hierro, hasta tal punto que desde el siglo XII y hasta bien entrada la Edad Moderna uno de los atributos con los que se representa a este animal es una herradura o un clavo en su pico, tal como puede verse en muchas miniaturas de la época».
Mito de Oriente y Occidente. En cualquier caso, subraya Huerta (que recoge en su artículo numerosas referencias bibliográficas sobre el tema), esta creencia estuvo muy arraigada en la cultura popular, y que incluso varios personajes llegaron a probarlo: «En la primera mitad del siglo IX Al-Gâhiz, en su Libro de los animales, relata el experimento que habían llevado a cabo dos sabios. Estos dieron de comer a un avestruz trozos de hierro candente y unas tijeras. Lógicamente, el animal no superó la prueba y murió. Al-Biruni, en su obra Suma de conocimientos sobre piedras preciosas, escrita hacia 1040-1050, se hace eco de una tradición según la cual algunos pueblos centroeuropeos y de Asia cortaban el hierro en trozos, lo pulverizaban y se lo daban de comer a los patos, de cuyos excrementos bien lavados obtenían el material para sus espadas. En el siglo XIV, Muhammad Ibn Mangli, en un libro sobre caza, indicaba que una espada forjada a partir de un metal pasado por el tracto digestivo de un avestruz era prácticamente indestructible», apunta Huerta.
En la cultura occidental sucedió igualmente: se experimentó en la época de Alberto Magno, y el mito se perpetuó. «La popularidad de esta tradición o leyenda se mantuvo hasta el siglo XX. En las décadas de 1930 y 1940 algunos metalúrgicos de la Alemania nazi hicieron ensayos con limaduras de hierro mezclados con excrementos de ave que permitieron que el hierro capturase carbono y por tanto se transformara en acero, al tiempo que también absorbía nitrógeno con lo cual se producía una nitruración que aumentaba su consistencia. Investigadores en las décadas de 1950 y posteriores ha incidido sobre el mismo fenómeno, aunque sin resultados concluyentes. Así pues, si los excepcionales capiteles de Santa María de Siones y Fuente Úrbel aluden al episodio de la saga o si la gran ave representada es un avestruz ¿qué simbolismo se dio a esta escena para justificar su ubicación en el interior de estas iglesias?, ¿cómo llegó hasta aquí una tradición o leyenda forjada en tierras tan lejanas?».