Era el lunes de la
fiesta, había acabado el concurso de
disfraces, y casi sin solución de continuidad se quedó vacía la
plaza.
Allí quedó la orquesta, esa estupenda orquesta que con la plaza desierta, comenzó a tocar aquella canción, que nadie bailó....
¡Que desperdicio!,...- pensé.-, en tanto me imbuía en esa melodía que nadie excepto yo parecía estar oyendo.
¡Que desperdicio!,...- pensé.-, en tanto me deleitaba con esas notas de trompeta, que se rompían en ecos contra los muros de la
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