El
camino que enlazaba con la comarca de los
Montes de
Toledo y
Extremadura, por donde llegaban el carbón, la
piedra de granito para las construcciones, el paso del
ganado, así como otros mantenimientos, hacía imprescindible un enlace con la zona oeste.
El
torreón que
aguas abajo, junto a la coracha que avanza hasta el
río, y que la leyenda asocia con los amores de Don Rodrigo y Florinda, la hija del Conde Don Julián, es el "Baño de la Cava". Según los expertos, no es, sino, uno de los estribos de un
puente de
barcas que existió desde el periodo árabe.
Las constantes luchas, así como las frecuentes avenidas del río, debieron dañarle en sucesivas ocasiones, pero la de 1203 le arruinó por completo, así que se decidió, construir el actual en piedra, definitivo, pocos metros más arriba.
No hay documentos fehacientes de la fecha de su construcción, ni del genial arquitecto que dirigió las obras del atrevido
arco central, pero se sabe que estaba terminado en los primeros años del siglo XIV.
La cercanía de la
parroquia dedicada a
San Martín es la que da, nombre al Puente.
Durante las luchas fraticidas entre Don Pedro I y su hermanastro Don Enrique en 1368 se dañó seriamente su estructura, por lo que el Arzobispo Tenorio, a los pocos años llevó a cabo su completa consolidación.
Es entonces cuando surge una de las leyendas más atrayentes de la ciudad.
El alarife responsable de la construcción, se percata que al cerrar el arco central, no tiene la solidez necesaria, y que al quitar la cimbra de madera, el gran arco ojival orgullo de la ingeniería no resistiría el peso de los carretones que acarrean los bloques de piedra para la construcción de la
Catedral. El esfuerzo de años y las cuantiosas sumas invertidas, serían baldíos, y para él la ignominia y el descrédito. Cada hilada que se eleva era un nuevo desaliento.
Desesperado, confiesa su preocupación a su esposa, la obra avanzaba y no encontraba solución ni arreglo.
Su mujer le anima y le conforta, y en el mayor de los secretos, una
noche, trepa por los andamios y pega fuego a las gruesas vigas de la cimbra.
El puente sin clave, se viene abajo, y se cree que ha sido un accidente casual. Se reanudan los trabajos, el arquitecto logra rectificar sus cálculos y al fin se culmina el diáfano arco central de 40 metros de luz y 27 de altura.
La leyenda quiere premiar a aquella decidida mujer, modelo de esposas, que salvó la honra y el prestigio de su marido, viendo su
escultura inmortalizada en una piedra caliza puesta en la clave del arco. La
historia de la esposa del arquitecto pudo ser cierta, pero la realidad es que a pesar de la erosión del tiempo, la piedra representa al arzobispo mitrado, restaurador del Puente.