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VILLAREJO DE FUENTES: No había otra explicación, el tío Preñacabras estaba...

No había otra explicación, el tío Preñacabras estaba loco, solo con fijarse en su cara de embobado, cuando contemplaba a Elvirita, y las chaladuras de jovenzuelo imberbe que mostraba a sus sesenta años cumplidos.

Y las que mas alzaban sus protestas eran las próximas a ser las solteronas de las familias acomodadas, que, siguiendo intereses egoístas, hubieran entregado su morena mano y su blanco cuerpo a aquel viejo montaraz, aunque ya dibujara panza, y mostrara ojillos pardos y duros bajo el sombrajo de unas cejas enormes, que según las median sus enemigos, que no eran pocos precisamente, tenían más de diez libras castellanas de bozo.

Muchos vecinos estaban conformes con que el tío Preñacabras había perdido la lucidez, cuanto ahora poseía era legado de la señá Agueda, y llevaba camino de un día no muy lejano pasar a propiedad de la Elvirita ¡Esta mosquita muerta!, que había conseguido turbar y engatusar de tal modo, que hasta las pías devotas de misa y comunión diaria, en el atrio de la parroquia cotilleaban si la jovenzuela tendría pacto de aquelarre con el Demonio, y le había dado bebedizos y afrodisíacos endiablados al bueno del Preñacabras.

Y llegó el día del gran escándalo, en la misa cantada de aquel domingo se leyó la primera amonestación. ¡Había que oír los bramidos de la parentela de la seña Agueda! “Allí se estaba produciendo un atraco, la difunta había dejado este mundo y también había dejado sus fincas a su hombre, creyendo que eso seria siempre su mejor recuerdo, pero ahora el muy olvidadizo y picarón pese a su chochez, se le hacia la boca agua con el tierno bocado que estaba a punto de conseguir, es que la justicia no reina en este mundo si consentía semejante dislate. ¡Pero quien reclama en estos tiempos! Y el señor cura murmuraba que ahora todo esta permitido y perdido. Debía mandar Don Carlos, que es el único que persigue a los pillos.

Así berreaban en los corrillos de la plaza los que se creían perjudicados por los futuros cónyuges, ayudados en sus negras murmuraciones por toda la vecindad de Tarancón.

Muchos auguraban un casamiento infernal. Aquel vejestorio, atacado de ansioso sexo, rabioso, estaba abocado a llorar su trastada. ¡Pequeños iban a ser los adornos! … pues …... también sabían todos que Elvirita tenia un novio, “Genaro el Desgarrado”, un ser nacido solo para la holganza que había pasado su niñez con ella, retozando por las viñas y trigales, y ahora con la pubertad ya olvidada, sentía un cariño tan intenso como sano, esperando para casarse quedar ahíto de su holgazanería y dejar de libar en la taberna las cuatro fanegas de su herencia, el dulzainero Lucifer y los mal llamados amigos que venían a buscarle desde otros pueblos, hasta de Villarejo de Fuentes y Osa de la Vega, asaltando pajares ajenos donde dormían juntos su tan famosas como terribles borracheras.

La parentela de la señá Agueda tornaban su vista, con una sonrisa envilecida hacia el Desgarrado, posiblemente … posiblemente …. con algún aliciente, este se encargaría de impartir la equidad que el cielo y la tierra les negaban.

Y se obró un milagro, sin que nadie conociera al santo que lo promovió, ya que todos los que antes le volvían la espalda al Desgarrado, sobre todo los ricos, lo buscaron en comitiva el día señalado para la segunda amonestación, y lo hallaron sentada en silla baja de enea, con una raída manta de cuadra sobre sus rodillas, una colilla pegada al labio y la mirada fija en el lebrillo pleno de una áspera y dulzona cuerva, sobre la que se reflejaban tintineantes los rayos del sol, calentando el líquido.

- Oye …. Desgarrado – le decían impostando en la voz toda la maldad posible – Elvirita se casa.

A lo que el Desgarrado contestaba con un levantamiento de hombros, aquello merecía verse, hasta que balbuceante y con espuma en las comisuras de sus labios susurraba.

- El fin, nadie es feliz, y el …. ¡cojones! …. Ya sabían por el pueblo que era macho para entendérselas a malas o buenas con el más "plantao", el tío Preñacabras incluido, pues si este es hombre de terne, el no era menos.

La mente de los incitadores se regocijaba pensando en el inmediato choque ruidoso.

Allí tenia que pasar algo.

El propio tío Preñacabras se jactaba de su brutalidad, hasta entonces nadie le ganaba, el solo era capaz de levantar más peso que ninguno, incluso el político, tenia grandes amigos en Cuenca, había sido alcalde en varias ocasiones y estaba acostumbrado a enarbolar en el campo o en la plaza uno de sus gruesos bastones de castaño y apalear con la mayor impunidad a quien el consideraba que le incomodaba.

Llegó el momento de dejar constancia de las actas matrimoniales y las consiguientes cartas dotales. El tío Preñacabras nunca hizo las cosas a medias y en este caso la familia de Elvirita se había movilizado para no echar a perder la ocasión.

En diez millones de pesetas la dotaba el novio, sin contar la ropa, muebles y joyas que un día pertenecieron a la primera y ya difunta esposa.

La casucha de Elvirita, en lo más alejado del centro del pueblo, al otro lado de la estación, tiznada su fachada con el humo de la fragua paterna al que se añadía el de las viejas locomotoras que por allí maniobraban, sin otro adorno que un carro cerca de la puerta y un flaco asno en el ruinoso establo, fue motivo de visita de la jovenzuelas del pueblo.

Aquello era una algarabía de feria, todas las mujeres jóvenes, desde las mocitas en edad de merecer hasta las teintañeras temerosas de la soltería perpetua, formaban grupos que se asían por la cintura o de las manos y pasaban ante el largo tablado cubierto por blancas sábanas, sobre el cual los regalos y la ropa de la novia se ostentaba con tal magnificencia que arrancaban exclamaciones de asombro no exentas de mucha envidia.
- Virgen Santísima de Riansares que cosas tan maravillosas ¡Que preciosidad!
La ropa blanca, cuidadosamente clasificada por usos y tallas, ordenada en