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VILLAREJO DE FUENTES: la fiesta, pero tiene el inconveniente de que los comensales...

la fiesta, pero tiene el inconveniente de que los comensales no se percatan con tanta exactitud de la cantidades que ingieren e igual pueden pasarse y sufrir un tarde de sobrecarga estomacal, como por el contrario padecer hambre al creerse falsamente ahitos.

Posiblemente sobrará algo en los platos, por ejemplo todos los huesos, en la paellera quedará al menos la mitad del “socarrat”, todo esto no lo convirtáis en basura, es un manjar que agradecerán los perros de los comensales, pues digo por experiencia que posiblemente el mejor amigo del hombre también lo sea de la paella, ya que estos nobles animales comen con autentica ansia hasta las verduras de las sobras, así que si queréis tenerlos en cuenta, poner un poco más de arroz, también se dará el caso en que algún participe de la reunión os diga que si sobra no lo tiréis que a el le gusta la paella de un día para otro, no toméis lo anterior como súplica por una situación de calamidad económica, lo que os dice es cierto, este plato puede degustarse perfectamente pasadas veinticuatro horas y disfrutar de él por igual, aunque aconsejo guardarlo en recipiente bien cerrado, mantenerlo a temperatura fresca y consumirlo sin recalentarlo.

¿Y con que otras viandas se acompaña la paella?

Normalmente en términos familiares este guiso se considera plato único, mejor podríamos decir plato combinado, no precisa de entrantes ni de segundos, lo que creo que mejor acompaña, es una ensalada verde “sin ilustrar” tomada momentos antes de iniciar la deglución del arroz, a mi personalmente me agrada un surtido de vegetales encurtidos, en valenciano “variants”, me atrevo incluso a aconsejar que probéis a tomar el arroz utilizando como cuchara hoja de cebolla en vinagre (encurtido)

¿Y del maridaje?

Como estoy escribiendo en primera persona, pues digo que a mi personalmente esta moda del maridaje la encuentro un tanto artificioso, si lo que se trata es recomendar que vino es el que mejor acompaña a determinados manjares, yo diría que siempre será el que por cualquier razón le gusta al comensal, sobre las variedades vinícolas se ha escrito mucho y decidido poco, a fin de cuentas lo que manda son los paladares y los bolsillos y a propósito de todo esto conocéis estos adagios.:

“ El mejor vino blanco es el tinto”

“ Para hacer vino blanco a veces se emplea uva”

Personalmente no me agrada ningún vino de elevada graduación alcohólica, ni tampoco los dulces, ni los tintos ásperos.

Lo anterior me lleva a creer que quienes tengan por costumbre consumir vino durante las comidas, quizá les pueda ser útil alguno de mis siguientes comentarios.

Me cae bien el vino blanco de uva moscatel, elaborado y embotellado por la Cooperativa de Turís con el nombre de Barón de Turís Moscatel, lo encuentro suave, y afrutado, y su precio es verdaderamente popular.

Con los mismos argumentos cabria el muy gallego vino del Condado, frio, muy frio.

¿Y por que no un manchuelo, a ser posible elaborado en lagar artesano de la baja Mancha?

También puede resultar agradable con la paella un cava, igual da si es de Requena que del Penedés, no necesariamente caro ni de renombrada marca, pero indefectiblemente “brut” o mejor “brut nature”, como bebida única, olvidando esa mala costumbre de tomar los espumosos solo con los postres.

Sobre las bebidas se podría escribir tanto, que mejor dejarlo como está, y reiterándome solo, en que mi preferencia se inclina por trinques suaves, ligeramente afrutados que no castiguen ni al estomago ni al hígado.

¿Hablamos de los postres?

Pues hablo, pero sin alargarme mucho, mi sugerencia.:

Calabaza “torrá” (asada), de la variedad y a la manera de la huerta valenciana, que os aseguro es una delicia que conoce poca gente, hoy no es fácil encontrar este postre en los restaurantes, si acaso en alguno de cierto nivel establecido en pueblos huertanos. En los años del hambre, lo que hoy es un manjar tan exótico como exquisito, se vendía en raciones en los quioscos, en los puestos de alcahuetes, altramuces y chufas, y también en las tahonas mas humildes, en donde curiosamente no había pan.

No puedo facilitaros con exactitud la receta de este postre por que la desconozco, tan solo una pequeña orientación.

El producto base es esa calabaza grande, enorme, redonda, cuya circunferencia dibuja uno tras otro salientes redondeados, de grandes pepitas comestibles, pues dicen que basta con partir la pieza, limpiar ligeramente el interior, retirar o conservar las pepitas, a gusto de cada uno, preparar un horno con una temperatura mínima de 160º, vaciar en el hueco de la calabaza algún liquido dulce, también podríamos decir jarabe, por ejemplo, mistela, con azúcar o miel, canela y alguna otra cosa que se tenga a mano y caiga bien.

En el horno la carne de la calabaza tiene que coger un color dorado y volverse muy tierna, para ver si está en su punto me dicen que se pincha con un tenedor y se comprueba que su carne ya está blanda, también orienta su estado el ver si en el borde superior de la piel se ha formado un fino cordón de requemado (muy fino).

Si algún día tenéis la suerte de probar este postre, muy antiguo, diría que histórico, seguro que os quedarán ganas de repetir, es dulce, pero no empalagoso, textura muy grata al paladar, y cae con ligereza en el estomago.

En fin yo ya he pasado el rato con todo lo anterior, si le sirva a alguien de algo, habré acopiado vanidad, y de aquellos a los que haya aburrido o estén en desacuerdo con todo o con algo, mi sinceras disculpas.

FIN