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VILLAREJO DE FUENTES: extraía, pero también había una salvedad, y ahora entro...

extraía, pero también había una salvedad, y ahora entro en aclararlo.

Resulta, que posiblemente en la división administrativa ordenada en 1.833 por el felón Fernando VII El Deseado, los agrimensores que en aquel entonces anduvieron por allí no se les ocurrió mejor gracia que hacer pasar la divisoria de los términos municipales de San Cucufate del Rio y San Cucufate de la Fuente por el mismísimo centro de la boca del pozo de agua “duz”, y para que no hubiera duda de la linea divisoria quedaron plantados dos puntos geodésicos equidistantes media legua del pozo en cuestión, pero que unidos, no solo por la vista, si no con un cordel tensado, pasaba este por el centro exacto del brocal.

Lo que acabo de decir, durante años y años fue un muy pequeño incordio entre ambos municipios, nunca se negó a nadie el acceso al agua, ni tampoco nunca hubo discusión seria sobre los derechos de la misma, aunque en algún momento alguno sacaba a relucir que le parecía que la corriente interna de agua procedía de su municipio, mientras otros aseguraban que siglos atrás el pozo fue excavado por gente de su pueblo.

En los pocos años de esplendidas cosechas, cuando los vecinos y sus ayuntamientos podían dedicar algunas monedas a gastos de investigación, se contrataron zahorís acreditados en otras comarcas, y de reconocida solvencia en la interpretación de los signos captados por las horquillas de avellano o sauce, o los movimientos de los diferentes modelos de péndulos, para ver de obtener información sobre por donde discurria la corriente de agua que afloraba en el pozo y cavar uno en el propio termino.

Para desencanto de unos y pitorreo de otros, nunca hubo dos dictámenes similares de los rabdomantes, salvo cuando sensatamente aseguraban que el agua que buscaban se encontraba donde ya se conocía, en algunos casos quien así informaba acaba teniendo que salir del pueblo perseguido por la lluvia de piedras prodigada por los vecinos que se sentían burlados.

Pero la absoluta verdad, es que hay que reconocer que los vecinos de ambos pueblos, eran gente sensata y de unos modales que para sí quisieran personas capitalinas que se las dan de elevada cultura y rimbombante alcurnia. EL POZO

Lo que en esta historia se narra ocurrió en un rincón de la reseca estepa manchega, posiblemente en la provincia de Cuenca, y al decir de algunos, quizá fue el lugar del que Cervantes no quiso acordarse, pero también en opinión de otros, por sus andurriales debió de cabalgar al paso lento de su Rocinante el Caballero de la Triste Figura.

El caso es que por veleidades de los señoríos que poseyeron durante siglos las grandes extensiones manchegas, dieron en crear dos pueblos próximos, no más de una legua castellana entre la plaza mayor de uno e igual lugar del otro, a estos sitios y por razones que ni el más docto historiador ha sido capaz de desentrañar se les vino a llamar con el nombre de un santo no precisamente ibérico si no cartaginés, nada menos que San Cucufate del Rio y San Cucufate de la Fuente, ambas villas, que hoy dicen ya fueron pasto del abandono, quienes las conocieron, aseguran que tenían similar empaque en cuanto a riqueza, estilo y tamaño de sus templos y campanarios levantados ambos con sillería de rodeno acarreada de canteras lejanas, también eran similares en el número de pobladores, sean estos de hecho o de derecho, la extensión de sus términos se iguala en