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VILLAREJO DE FUENTES: Se había convertido en costumbre, no escrita en ningún...

Se había convertido en costumbre, no escrita en ningún papel, que cada año uno de los dos pueblos se encargaba de drenar el fondo del pozo extrayendo del mismo los cascotes de los cantaros que no habían soportado su golpeteo contra las paredes, o de los cubos desprendidos de la soga, la reposición de la garrucha, y también la extracción de las piedras que como juego, los mocosos del lugar se entretenían en tirar al interior cuando no creían ser vistos, y poca cosa más.

Salvo lo más trágico …. cuando un vecino desaparecía, las fuerzas vivas del lugar se personaban de inmediato en el pozo, hacían bajar hasta sus aguas al mozo más musculoso, provisto de garfios para que indagara si dentro del nivel de las mismas pudiera estar el cuerpo del desaparecido, no era una obsesión baladí del vecindario, era la reacción a la costumbre de la gente de gritar en sus momentos de desesperación “”Pues me voy a tirar al pozo y se acabó el padecer””, dicho poco más o menos así, aunque el caso es que en los anales de aquellos lugares nunca se dio tan aciaga circunstancia.

Huy ….. se me olvidaba comentar que de vez en cuando, y casualmente siempre en las horas que se presumía menor presencia de los aguadores locales, algún carro tirado por dos machos, uncidos en tiro de pericón y limonero, portando una enorme tina, venido de pueblo muy lejano, con el interés de llevar en ella, y revender para obtener beneficio por el porte y el servicio, en su lugar de origen, el agua de tanta calidad y magnificencia como la que manaba de aquel pozo.

Si el carretero forastero se tropezaba con aguador local, las caras de ambos se tornaban agrias y las miradas que se cruzaban era aparentemente poco amistosas, más nunca se supo de agarrón, riña o altercado, todo quedaba en algún negar saludo, un gruñido suelto, o de los menos hostiles y más parlanchines un recordar al forastero que si el agua no era suya ni de su pueblo algo tenia que pagar por ella, por que algún beneficio estaba obteniendo con cosa que no era suya, y de esto ultimo se asegura que los carreteros solían hacer donativos, no excesivamente generosos, pero al fin de cuentas tenían un detalle, al presidente de los clavarios o del comité de festejos del patrón, esta dádiva o más justo seria llamar maquila liquida, se reflejaba en el listado de cuentas, que pocos leían, menos entendían y ninguno pedía aclaraciones.

Bien, pero sinceramente, ya os he contado donde estaba el pozo, sus bondades, el vergel que se había formado a su alrededor, quien lo utilizaba, y algún etcétera más, pero es justo insistir en que aquel sitio se había convertido en un ágora en donde los vecinos de uno u otro San Cucufate, más aquellos que esporádicamente llegaban de pueblos más lejanos se intercambiaban información de los sucesos locales, salud de los amigos y conocidos, la buena o mala opinión sobre los alcaldes y sus concejales y también la buena o mala leche que se gastaba la pareja de civiles que en sus rondas periódicas, con su paso corto, vista larga y mala leche, visitaban los pueblos y era raro que en cada una de sus paradas no hicieran severas advertencias a algún vecino, por vete a saber que asuntos.

Bueno ya que he hablado de los beneméritos civiles, también es de probidad decir que cuando la pareja patrullaba por las cercanías de la refrescada fronda, se acercaban amistosamente, y pese a su autoridad ni discutida ni indiscutible, pedían “por favor” a los aguadores o a cualquier vecino que se estaba auto-abasteciendo, de un cubo, botijo o cántaro recién sacado con todo su frescor, una vez en sus manos, primero saciaban con avaricia la sed y el sudor de su larga caminata y después, liberados los pies de las botas reglamentarias, derramaban sobre los mismos el frescor aún contenido en el cubo o cántaro prestado. En muchas ocasiones, cuando las ordenes del comandante de la caserna no habían sido excesivamente rígidas, se despojaban del tocado tricornial, aflojaban botones de guerrera y camisa y sentados sobre troncos caídos, con el máuser a un lado, descansaban fumando un par de pitillos, haciendo esfuerzos por dominar el sopor de los días de solano y mirando constantemente alrededor y hasta el horizonte por si casual o desgraciadamente veían el brillar del tocado de algún superior.