El 1 de Agosto de 1847, un labrador, de apellido García, venía de acarrear la mies con la galera cargada hasta la
bandera. Un hijo suyo, no mayor de 10 años, le acompañaba y, junto con él, volvía del
campo subido en la galera. La mala fortuna quiso que el chiquillo cayera al suelo y fuera atropellado por la rueda, que le pasó por la mitad del tronco, quedando la criatura inerte en el suelo.
El padre, entre desgarradores lamentos y sollozos, intentaba reanimar torpemente al crío, a la vez que invocaba
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