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LA VENTOSA: TERTULIAS DE INVIERNO JUNTO A LA LUMBRE DE LA CHIMENEA:...

TERTULIAS DE INVIERNO JUNTO A LA LUMBRE DE LA CHIMENEA:
Corrían los años 1.976/78, eran frías y largas las noches de invierno en la comarca Alcarreña, el ocaso teñía de rojo el cielo augurando nuevos días desapacibles y fríos con la puesta del sol. El Cerro del Cominillo, Ceclín y Otero vestían su manto de gala blanco todas las mañanas de Febrero. Las calles embarradas casi todo el invierno por la pertinaz lluvia por la todavía ausencia de asfalto en ellas, poca gente transitando por el pueblo a no ser que fuera día de venta y estuvieran los Minutos con su vieja camioneta despachando en la calle, frente a la puerta de la Iglesia entonces había algo más de movimiento de ir y venir de las gentes para realizar las compras. Todos los días eran idénticos, sin nada o muy poco que los distinguiera uno del otro.
Especial e imborrable el recuerdo para la despedida del día y la entrada de la noche en el pueblo de LA VENTOSA cuando el sol se escondía por el horizonte en dirección a Villanueva de Guadamejud y por los montes de La Peraleja, era el momento mágico de la iluminación de las calles con sus bombillas de 60 vatios en constante movimiento por el viento y la lluvia, sujetadas a la pared por un hierro curvo y a este por un fino hilo, aprovechando al máximo sobre todo las esquinas para así dar luz con una sola bombilla a dos calles al mismo tiempo, quedando las calles del pueblo desiertas de gentes y sumido entre mágicas sombras y oscuras tinieblas, en las que solo se escuchaba el ladrido de algún perro asustado.
Era la hora de tomar camino de la tertulia, e ir por sus calles solitarias por el frio reinante, observando y viendo las chimeneas de las casas humeantes por las lumbres consumiéndose en el interior y como signo inequívoco de la existencia de vida entre sus paredes, saliendo al exterior ese olor inconfundible de puchero casero de unas y la fritura de rico pescado de otras, eran las cenas preparadas por las mujeres, para sus maridos e hijos después de la llegada de la dura y larga jornada del campo.
Empezaba en las Tardes-noches de invierno, la tertulia en una casa del pueblo, cuatro tertulianos en total, sentados junto a lumbre de la chimenea, con un botellín en el suelo como mesa y unas aceitunas de la cosecha, elaboradas artesanalmente por la Srª del anfitrión y dueño de la casa como aperitivo; que bien sabia la cerveza y que ricas las aceitunas y que conversación tan inocente pero amena, repasando los avatares de la vida entremezclados con comentarios y anécdotas de las intensas jornadas de caza vividas en común, pues todos los tertulianos éramos aficionados al deporte cinegético de la caza, pero con alguno de ellos era tema obligado de conversación, pues revivía una y otra vez esos momentos de cuando había visto aquella liebre en la cama, se le encendían los ojillos pues lo vivía y lo gozaba de nuevo como si estuviera viendo otra vez la liebre corriendo delante de los cañones de su vieja escopeta de perrillos.
Casi siempre los mismos tertulianos, mas alguno ocasional de vez en cuando sobre todo los fines de semana y de los que de alguno de ellos quedan recuerdos agradables en la memoria y permanecen como si el tiempo no hubiese pasado o este se hubiera detenido en esos instantes en los que embriagados por el humo de los puros con que nos obsequiaba, marca (creo recordar) King Edward de intenso aunque suave sabor y traídos desde lugares remotos del mundo, llenábamos la habitación de humo azulado, un poco perfumado y su papel dulce al paladar ayudaban a calentar un poco la habitación. Menuda chufarrera tenéis; nos decía en forma de cariñosa regañina la dueña de la casa.
Uno de los tertulianos se lamentaba, y justificaba por que aquel día se le escapó aquella liebre, cuando le salió de los pies con su conversación característica en sus expresiones, siempre llenas de bondad como no podía ser de otra forma conociéndolo como es el y casi siempre respondido por el anfitrión de la casa y persona de mayor edad que en forma de instructiva y amable bronca le increpaba y le descubría el motivo del porque se escapo aquella u otra pieza de caza y le manifestaba que era debido a la precipitación del disparo su falta de puntería unas veces y el hacer caso omiso de la situación que se le había dicho que debía de ocupar otras.
Las intervenciones con anécdotas de otro tertuliano más o menos ocasional en los fines de semana siempre llenas de sobriedad y señorío, persona culta y educada donde las haya, contando divertidas vivencias de los hechos ocurridos durante el transcurso de sus viajes por los lugares del mundo.
También había tiempo como toda tertulia que se precie para darle un repaso al mundo y sobre todo a España y así al mismo tiempo arreglar a ambos un poco.
En estos avatares, sin darnos cuenta entraba la noche para unos y la madrugada para otros, recuerdo siempre el orden de abandono de la tertulia como si fuera un ensayo teatral siempre las mismas horas con matemática puntualidad, cuando llegaban las 23,30 horas el primer tertuliano en abandonar le entraba un cosquilleo que le hacía imposible mantener quietas las piernas y empezaba a tartamudear un poco más de lo habitual hasta que siempre terminaba con la misma frase bueno me voy que si no la María me echara la bronca. Después le seguía el siguiente lo hacía sobre las 00,30, despidiéndose siempre con un afectuoso apretón de manos y emplazándose para la siguiente tertulia o jornada de caza, si sus quehaceres se lo permitían.
Para el final de la noche casi siempre quedaban el anfitrión y el que suscribe siempre hasta altas horas de la madrugada, después de habernos dejado la anfitriona ya aburrida por el tema de conversación pues a ella no le gustaba en absoluto pues muchos eran ya repetidos en más de una ocasión.
Así, noche tras noche, viendo la llama de la lumbre quemándose delante de nosotros, calientes por delante, un poco templados por dentro y un poco fríos por detrás, (pues la lumbre es así), se nos hacían altas horas de la madrugada sin apenas darnos cuenta, señal inequívoca de que la conversación y los acompañantes eran de buen agrado, y complacencia.
Así pasaban los inviernos en los que no había casi nada para el ocio, alternando en ocasiones el tiempo con la visita a alguna cueva para las consabidas merendolas, casi siempre estas en fin de semana, yendo después a tomar el obligatorio café a los bares entonces existentes véase Bernardo, Benito el Pregonero ó alguacil y Matías eran los tres sitios de casi obligada y diaria asistencia por aquellos años.
Por medio de este mensaje quiero expresarles a todos ellos (los que están y los que ya no están, los fijos y los ocasionales), mi reconocimiento y gratitud por haber tenido la suerte de haber disfrutado de su amistad, y haber aprendido de su experiencia en la vida, cosas que no enseñan los libros ni se cultivan en la Universidad y que por todo lo cual viví momentos inolvidables junto a ellos/as.
Un entrañable recuerdo a todos y un afectuoso saludo.


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