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BOLLIGA: Escrito y mandado al Foro de la Ventosa el día 09 -...

Escrito y mandado al Foro de la Ventosa el día 09 - 12 2015
Hola amigos del Foro de Bólliga. Después de un tiempo sin aparecer por este apreciado foro, retomo la costumbre de escribir cosas que os entretengan y os hagan pasar un rato agradable.
Aquella noche era especialmente fría, y la niebla se había hecho dueña del pueblo.
La luz era visible solamente en un reducido círculo alrededor de las altas farolas, y la niebla, como si de humo húmedo se tratara, parecía nacer del mismo suelo inundando las calles.
A pesar de eso, Camilo no quiso dejar de salir de su casa una vez más a las dos de la mañana. Lo hacía a menudo. Paseaba por el pueblo desierto y silencioso deteniéndose en cada casa, en cada intersección de calles, en medio de un impresionante silencio.
Cuando se detenía, imaginaba la vida y tránsito que tuvieron esas calles en otros tiempos, cuando las personas que ya se “fueron” vivían en esas casas, hoy habitadas por sus hijos y nietos, y deshabitadas la mayoría, e incluso abandonadas.
Le gustaba imaginar el tránsito de personas conduciendo galeras y carros cargados de trigo, y burros y mulas con costales en sus lomos, cargados en las eras con dirección a sus casas, donde serían guardados en las cámaras.
Imaginaba la chiquillería recorriendo las calles con sus rulos de hierro, guiados con maestría a través de las calles sin asfaltar.
“Veía” a las mujeres salir apresuradas de las casas donde habían echado un rato de “casquera”, para dirigirse a las suyas a preparar las judías con morcilla de la cena haciéndoles el último aliño, antes de ponerlas en la mesa para cenar con los hijos y los maridos, todos, cuchara en ristre, alrededor de la misma fuente.
En esas estaba Camilo esa desapacible noche, parado pensativo y ensimismado en las Cuatro Esquinas, cuando creyó percibir unos ruidos como de lamentos que venían de la plaza del Ayuntamiento.
No le dio importancia, pensó de pasada que, como otras noches, sería algún gato en celo y siguió con sus pensamientos, retirándose instintivamente del centro de la calle para dejar “pasar” una par de burros cargados con aguaderas y cántaros, y llevados del ramal por una mujer, a la que no le puso rostro.
Sonrió y pensó - anda que si me atropella, como lo cuento mañana - y de pronto, otra vez los lamentos, ahora más audibles – ahhhhhh, ahhhhhhh…
Bajó entre la espesa niebla hacia la plaza, y lo que vio le dejó helado de pavor.
Dos harapientas figuras pobremente vestidas para mitigar el frío de la noche, se turnaban entre lamentos intentando abrir el grifo de la fuente de la plaza sin conseguirlo, pues al apretar el grifo, este pasaba a través de sus manos. Se llevaban las manos a la boca después de cada intento, una y otra vez entre terribles y desesperados lamentos…ahhhhh…ahhhhhh…
Camilo no era precisamente miedoso, pero instintivamente, al ver los lentos andares de las dos figuras, que más que andar parecían levitar, comprendió que estaba viendo algo sobrenatural, y con la sensación de que su pelo se le erizaba, y temeroso de ser descubierto, se escondió detrás del Rollo de la plaza y se puso a rezar, sin poder dejar de mirar los intentos de abrir el grifo de los dos seres, y sus rostros y lamentos desesperados al no conseguirlo, ahhhhh…ahhhhh…gritaban atormentados
Cerró los ojos y rezó y rezó oyendo los lamentos, y no sabe cuánto tiempo estuvo allí escondido, hasta que de pronto se hizo el silencio y se atrevió a abrirlos, y a través de la niebla, vio la fuente sola.
Volvió a su casa deprisa sin detenerse y sin alzar la vista, temeroso de encontrar en cualquier rincón aquellas cadavéricas figuras, y una vez en ella, se acostó pensando si todo había sido producto de su imaginación, que lo mismo que “veía” carros, mulos y personas, también había visto “eso” que no sabía lo que era.
Tardó en dormirse. Tuvo que rezar más que de costumbre para desechar de su pensamiento los lamentos que había escuchado, y a las figuras que los proferían, hasta que el sueño se apoderó de El.
Cuando despertó y fue al baño como cada mañana, comprobó como su pelo había cambiado del color castaño-plateado habitual a plateado total. Lo achacó al miedo pasado la noche anterior, y pensó que diría cuando le preguntaran en el pueblo por el cambio tan repentino.
Tardó unos cuantos días en decidirse a salir por la noche a horas tan intempestivas, pero finalmente sucumbió a su costumbre de hacerlo, tomando, eso sí, otra ruta, esta vez con luna llena y cielo estrellado.
A pesar del frío de diciembre, bien abrigado, sobre las dos de la mañana, tomó la calle Grande hasta la salida del pueblo donde estaba el Olmo Celipillo, (Felipillo), y allí tomó el camino a la Fuente Grande para volver por el camino de la Ermita de la Caridad y entrar al pueblo por el Pocillo.
Iba contento disfrutando de la noche clara, maravillado de la hermosa luna que iluminaba el campo, y de las estrellas que se podían contar por miles a poco que levantara la cabeza. Pensaba una vez más en sus antepasados y se “cruzaba” con personas que a esas horas ya venían de llenar los cántaros de agua que transportaban en burros provistos de aguaderas. Se retiraba del camino para dejarlos pasar y no ser atropellado por ellos.
Así iba Camilo disfrutando tan feliz del poder de su imaginación que tantas satisfacciones le proporcionaba, cuando, llegando a la Huerta de los Haces, volvió a oír los lamentos que helaron otra vez la sangre en sus venas y erizaron sus cabellos.
Detuvo en seco sus pasos, y fijando su vista al frente, vio en la Fuente Grande, las dos figuras que con torpes movimientos se turnaban para abrir el grifo del agua sin conseguirlo, y daban gritos desesperados, ahhhhhhh….. ahhhhhhh, mientras se llevaban sus manos a la boca.
La luna, iluminaba la escena que por lo penosa y cruel arrancaba el dolor del alma de Camilo, y lleno de pavor, y para no ser visto, se introdujo entre la maleza de los huertos, y como la otra vez, cerró apretadamente sus ojos y se puso a rezar intentando que sus rezos taparan sus oídos.
No puede olvidar de aquella noche clara el entumecimiento de su cuerpo por el frío reinante y el tiempo parado en un lugar húmedo. Rezó y rezó hasta que en un momento dado y sin saber el tiempo transcurrido, los lamentos dejaron de oírse, y entonces, haciendo un terrible esfuerzo salió de su escondite al camino, y se volvió al pueblo desandando el camino recorrido, y llegado a su casa se metió en la cama pensando en lo sucedido, mientras intentaba coger el sueño.
Manuel


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