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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: El ingreso a la vida religiosa...

El ingreso a la vida religiosa

Inmediatamente después de regresar, Teresa fue al locutorio del Carmelo, donde se está desarrollando una estrategia. Pero el padre Delatroëtte se mantiene desafiante y desconfía de sus intenciones para ingresar. Él regaña a la superiora, madre Genoveva, la fundadora del Carmelo de Lisieux, y la madre María de Gonzaga que llegaron a defender la causa de Teresa. El tío Guérin interviene a su vez, pero todo es en vano. El 14 de diciembre, Teresa escribió al obispo Hugonin y a su vicario general, a quien recuerda la promesa hecha en Niza. Humanamente, todo ha sido juzgado, ahora debe esperar y orar. En la víspera de Navidad, aniversario de su conversión, Teresa asistió a la misa de medianoche. Ella no puede contener las lágrimas, pero siente que la prueba hace crecer su fe y abandono a la voluntad de Dios: que era un error tratar de imponer una fecha para su ingreso al Carmelo.

Finalmente, el 1 de enero de 1888, la víspera de su décimo quinto cumpleaños, recibe una carta de la Madre María de Gonzaga informándole que el Obispo ha cambiado de opinión y que permite que las puertas del convento se abran para ella. Por un consejo de Paulina se decide que se retrase su ingreso hasta abril, después de los rigores de la Cuaresma. Esta expectativa es una nueva prueba para la futura postulante, que sin embargo ve una oportunidad para prepararse en su intimidad.

La fecha de entrada se establece finalmente para el 9 de abril de 1888, el día de la Anunciación. Teresa ingresa con quince años y tres meses. Cabe señalar que, en aquel tiempo, una chica podría hacer su profesión religiosa a los dieciocho años. No era raro ver, en las órdenes religiosas, postulantes y novicias de tan sólo dieciséis años. La precocidad de Teresa, dadas las costumbres de la época, no es excepcional.

El 9 de abril de 1888 fue recibida en el monasterio de las carmelitas descalzas de Lisieux. En el monasterio ya estaban sus hermanas, Paulina y María. Comenzó así su postulado.

Los primeros meses dentro del monasterio fueron duros, llenos de trabajos que nunca había realizado y que le costaba bastante hacer a la perfección. Ella les prohíbe a sus hermanas que le faciliten los trabajos o la ayuden de alguna manera, pues insistían en cuidarla como si estuviera en los Buissonnets. Pero aun así, la joven postulante se adapta bien a su nuevo entorno. Teresa escribió: «El Buen Dios me dio la gracia de no tener ninguna ilusión al entrar en el Carmelo: He encontrado la vida religiosa como me imaginé que sería. Ningún sacrificio me asombró».

La madre superiora, María de Gonzaga, que antes se había dado a conocer como amable y gentil, la trata muy fríamente, con bastantes exigencias y hasta con una que otra humillación, pero todo lo hace para formarle un carácter propio de la vida religiosa, probar su vocación y que dejara a un lado cualquier rastro de orgullo y vanidad, lo cual Teresa se lo agradeció siempre e incluso siempre sintió una gran admiración hacia ella. La misma superiora comenta: « ¡Yo nunca habría pensado que ella tenía un juicio tan avanzado para tener quince años de edad! No hay una palabra que decir, todo es perfecto».

Durante su postulado, Teresa también debe someterse a algunas intimidaciones por parte de otras hermanas, a causa de su falta de aptitud para la artesanía. Al igual que cualquier religiosa, descubre los desafíos de la vida en comunidad, relacionados con diferencias en el temperamento, el carácter, la susceptibilidad a los problemas o discapacidades.

A finales de octubre de 1888, el capítulo provincial aprobó su toma de hábito. Aunque recibió la noticia con alegría, fue opacada un poco con la noticia de la recaída de salud de su padre, que solo unos meses antes se había escapado de casa, sin sentido de razón, hasta encontrarlo en la ciudad cercana de El Havre, preocupando así a toda la familia, tanto fuera como dentro del monasterio. Finalmente, el 10 de enero de 1889, tomó los hábitos de la orden en la capilla del monasterio en presencia de su padre, hermanas y el resto de la familia. En la misma ceremonia, además de recibir el velo de novicia, también cambió su nombre al de Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz (sagrado rostro).

En este período, se profundiza el sentido de su vocación: llevar una vida oculta, orar y ofrecer sus sufrimientos por los sacerdotes, olvidando su orgullo, se multiplican los actos discretos de caridad. Quiere convertirse en una gran santa pero no se hace ilusiones sobre sí misma. Escribió: «me apliqué en especial en practicar las pequeñas virtudes, ya que no tengo la facilidad de practicar las grandes».

En el transcurso de 1890, leyó las obras de San Juan de la Cruz, al que convirtió en su maestro espiritual. La contemplación de la Santa Faz nutre su vida interior. Profundiza su conocimiento y amor por Cristo meditando en su humillación con el pasaje del Libro de Isaías sobre el siervo sufriente (Isaías 53: 1-2). Esta meditación también la ayuda a comprender la situación humillante de su padre por la degeneración que le ha causado una terrible arterioesclerosis en el cerebro. Ella siempre lo había visto como una figura de su «Padre Celestial». Ahora encuentra señas de Luis Martin a través de Cristo, humillado e irreconocible.

El 8 de septiembre de 1890, a los diecisiete años y medio, hizo su profesión religiosa. La joven carmelita recuerda por qué responde a esta vocación: «Yo he venido para salvar almas y, especialmente, para orar por los sacerdotes». El 24 de septiembre de 1890 se celebró la ceremonia, pública, donde toma el velo negro de profesa. Su padre no puede asistir, lo que entristece enormemente a Teresa. Es, sin embargo, la Madre María de Gonzaga, quien manifiesta que esta niña tiene diecisiete años y medio y la razón de alguien de treinta años, la perfección religiosa de una vieja novicia, que se consume en el alma y la posesión de sí misma, es una perfecta religiosa.

El 12 de mayo de 1892, se encontró por última vez con su padre. El 24 de junio de ese mismo año su hermana Leonia ingresó por segunda vez, en esta ocasión en el monasterio de la Visitación de Caen. Luis Martin murió el 29 de julio de 1894, después de ser custodiado y cuidado por Celina, su cuarta hija. También ella piensa, desde hace varios años, en entrar en el Carmelo. Con el apoyo de las cartas de Teresa, sostuvo el deseo de consagrarse a Dios en lugar de acceder al matrimonio. Celina aun así vacila entre la vida carmelita y una vida más activa, cuando se le propuso embarcarse en una misión encabezada por el padre Pichon en Canadá. Finalmente, siguiendo el consejo de sus hermanas, eligió el Carmelo. Ingresó el 14 de septiembre de 1894. En agosto de 1895, cuatro hermanas Martin se encuentran en el mismo. También se unirá a ellas su prima María Guerin, compañera de juegos de la infancia de Teresa.