Traslado a Lisieux y primera etapa de su vida
La familia Guerin los ayudó a instalarse en una casa rodeada de arbustos, los Buissonnets. Allí viviría Teresa los siguientes años hasta su entrada en el Carmelo de Lisieux.
Teresa sintió profundamente el cambio tan grande que sufre en su vida sin su madre. Echa de menos a su madre aún más y sobre esto escribió: «Desde que mamá murió, mi alegría característica cambió completamente; yo que era tan viva, tan expansiva, me convertí en tímida y dulce, sensible al exceso». A pesar del amor prodigado a su padre y a Paulina, a quien después de la muerte de su madre adoptó como su «segunda madre», la vida era austera en los Buissonnets y tendría en cuenta más tarde que este fue «el segundo período de su existencia, el más doloroso de los tres».
A los siete años, en 1880, Teresa se confiesa por primera vez. En esta ocasión ignora el miedo y los escrúpulos que ya tanto la fastidiaban; dice: «Desde que regresé de la confesión por todas las grandes fiestas ha sido un verdadero placer para mí cada vez que he ido». El 13 de mayo de 1880, se hace presente en la primera comunión de Celina, que comparte con alegría: «Creo que he recibido grandes gracias de ese día y le considero uno de los más hermosos de mi vida». También ella está a la espera de recibir la sagrada comunión y decide aprovechar los tres años que le quedan para prepararse para el evento.
A los ocho años y medio, el 3 de octubre de 1881, Teresa entró en el colegio de las Benedictinas en Lisieux. Regresaba a su casa por las noches, ya que su familia residía muy cerca. Haber recibido previamente lecciones de Paulina y María le dio buenas bases y se puso rápidamente a la cabeza de su clase. Sin embargo, se encuentra con una vida en comunidad a la que no está acostumbrada. Es perseguida por compañeras de más edad que le tienen celos. Ella llora pero no se atreve a quejarse. No le gusta el recreo, tan ajetreado y ruidoso. Su maestra la describe como una estudiante obediente, tranquila y pacífica, a veces pensativa o incluso triste. Teresa dijo más tarde que estos cinco años fueron los más tristes de su vida, y encontró consuelo en la presencia de su «querida Celina».
Durante esta época desarrolla su gusto por la lectura, especialmente la que satisfacía sus necesidades de calma; historias caballerescas y apasionadas. También comienza a sentir una gran admiración por Juana de Arco. Ella piensa que ha nacido para una gloria oculta: « ¡el Buen Dios me hizo comprender que si mi gloria no aparece a los ojos mortales, podría llegar a ser una gran santa!...».
Durante el verano de 1882, cuando Teresa tenía nueve años, se entera por accidente del deseo de su hermana Paulina de convertirse en monja carmelita. La idea de perder a su segunda madre le causa gran tristeza y desesperación. Paulina, tratando de consolarla, le explica cómo es la vida dentro del Carmelo, y entonces Teresa también se siente llamada al Carmelo. Después escribió: «Sentí que el Carmelo era el desierto donde Dios quería que yo me fuera a ocultar... me sentía tan fuertemente llamada que no había ninguna duda en mi corazón, no era un sueño de la infancia que viaja lejos, sino la certeza de una llamada divina; yo quería ir al Carmelo no por Paulina, sino solamente por Jesús...».
Un domingo, Teresa logra ir al Carmelo de Lisieux y entrevistarse con la Madre Superiora, María de Gonzaga, quien le dijo, sin que Teresa hubiera mencionado sus deseos: «cuando vengas a vivir con nosotras, mi querida hija, os llamaréis Teresa del Niño Jesús», cosa que la Santa interpretó como «una delicadeza de mi amado Niño Jesús».3 Pero también le dijo que no podían aceptar aspirantes menores de dieciséis años.
El lunes 2 de octubre de 1882, Paulina entra en el Carmelo de Lisieux, donde tomó el nombre de «sor Inés de Jesús». Fue un día aún más triste para Teresa, quien había vuelto a la escuela por un año más, pues no podía saltarse un grado ya que estaba en tercero, donde se hace la preparación para la Primera Comunión. La enseñanza religiosa será una de las materias importantes, en la que sobresale Teresa. La perspectiva de la comunión, como se esperaba, es un rayo de sol.
La familia Guerin los ayudó a instalarse en una casa rodeada de arbustos, los Buissonnets. Allí viviría Teresa los siguientes años hasta su entrada en el Carmelo de Lisieux.
Teresa sintió profundamente el cambio tan grande que sufre en su vida sin su madre. Echa de menos a su madre aún más y sobre esto escribió: «Desde que mamá murió, mi alegría característica cambió completamente; yo que era tan viva, tan expansiva, me convertí en tímida y dulce, sensible al exceso». A pesar del amor prodigado a su padre y a Paulina, a quien después de la muerte de su madre adoptó como su «segunda madre», la vida era austera en los Buissonnets y tendría en cuenta más tarde que este fue «el segundo período de su existencia, el más doloroso de los tres».
A los siete años, en 1880, Teresa se confiesa por primera vez. En esta ocasión ignora el miedo y los escrúpulos que ya tanto la fastidiaban; dice: «Desde que regresé de la confesión por todas las grandes fiestas ha sido un verdadero placer para mí cada vez que he ido». El 13 de mayo de 1880, se hace presente en la primera comunión de Celina, que comparte con alegría: «Creo que he recibido grandes gracias de ese día y le considero uno de los más hermosos de mi vida». También ella está a la espera de recibir la sagrada comunión y decide aprovechar los tres años que le quedan para prepararse para el evento.
A los ocho años y medio, el 3 de octubre de 1881, Teresa entró en el colegio de las Benedictinas en Lisieux. Regresaba a su casa por las noches, ya que su familia residía muy cerca. Haber recibido previamente lecciones de Paulina y María le dio buenas bases y se puso rápidamente a la cabeza de su clase. Sin embargo, se encuentra con una vida en comunidad a la que no está acostumbrada. Es perseguida por compañeras de más edad que le tienen celos. Ella llora pero no se atreve a quejarse. No le gusta el recreo, tan ajetreado y ruidoso. Su maestra la describe como una estudiante obediente, tranquila y pacífica, a veces pensativa o incluso triste. Teresa dijo más tarde que estos cinco años fueron los más tristes de su vida, y encontró consuelo en la presencia de su «querida Celina».
Durante esta época desarrolla su gusto por la lectura, especialmente la que satisfacía sus necesidades de calma; historias caballerescas y apasionadas. También comienza a sentir una gran admiración por Juana de Arco. Ella piensa que ha nacido para una gloria oculta: « ¡el Buen Dios me hizo comprender que si mi gloria no aparece a los ojos mortales, podría llegar a ser una gran santa!...».
Durante el verano de 1882, cuando Teresa tenía nueve años, se entera por accidente del deseo de su hermana Paulina de convertirse en monja carmelita. La idea de perder a su segunda madre le causa gran tristeza y desesperación. Paulina, tratando de consolarla, le explica cómo es la vida dentro del Carmelo, y entonces Teresa también se siente llamada al Carmelo. Después escribió: «Sentí que el Carmelo era el desierto donde Dios quería que yo me fuera a ocultar... me sentía tan fuertemente llamada que no había ninguna duda en mi corazón, no era un sueño de la infancia que viaja lejos, sino la certeza de una llamada divina; yo quería ir al Carmelo no por Paulina, sino solamente por Jesús...».
Un domingo, Teresa logra ir al Carmelo de Lisieux y entrevistarse con la Madre Superiora, María de Gonzaga, quien le dijo, sin que Teresa hubiera mencionado sus deseos: «cuando vengas a vivir con nosotras, mi querida hija, os llamaréis Teresa del Niño Jesús», cosa que la Santa interpretó como «una delicadeza de mi amado Niño Jesús».3 Pero también le dijo que no podían aceptar aspirantes menores de dieciséis años.
El lunes 2 de octubre de 1882, Paulina entra en el Carmelo de Lisieux, donde tomó el nombre de «sor Inés de Jesús». Fue un día aún más triste para Teresa, quien había vuelto a la escuela por un año más, pues no podía saltarse un grado ya que estaba en tercero, donde se hace la preparación para la Primera Comunión. La enseñanza religiosa será una de las materias importantes, en la que sobresale Teresa. La perspectiva de la comunión, como se esperaba, es un rayo de sol.