ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Formación...

Formación

Isidoro de Sevilla presentando su obra a su hermana Florentina. Manuscrito de la Biblioteca Nacional de Francia, hacia el año 800.
En el II Concilio de Toledo de 533 se establece que los niños que fuesen a entrar en el clero debían recibir enseñanzas obligatorias por clérigos especializados, vigilados por el obispo y en la casa del mismo.​

En las dependencias de la basílica de la Santa Jerusalén, ubicada en un lugar desconocido de Sevilla, debía hallarse la biblioteca episcopal.

El historiador Jacques Fontaine utilizó dos vías para conocer el contenido de la biblioteca en la que se habría formado Isidoro. En primer lugar, los Versos, compuestos para figurar sobre las arcas de los libros, y las fuentes utilizadas en su obra.

Los Versos presentan las Sagradas Escrituras, las obras de Orígenes (menos Tratado de los principios, que tenía errores doctrinales), los cuatro padres de la Iglesia latina (Hilario, Ambrosio, Agustín y Jerónimo), Juan Crisóstomo, Cipriano de Cartago, poetas clásicos (Virgilio, Horacio, Ovidio, Persio, Lucano y Estacio), poetas cristianos (Prudencio, Avito, Juvenco y Sedulio), historiadores cristianos (Eusebio, Orosio, Leandro de Sevilla y Gregorio Magno) y juristas (Teodosio I, Teodosio II, Paulo y Gayo).​

Con respecto a las fuentes utilizadas, parece ser que pudo informarse de los poemas clásicos a través de los comentarios de sus escoliastas. Leyó a Virgilio, Lactancio y Constantino. Los poetas aparecen clasificados en las Etimologías entre filósofos paganos y sibilas inspiradas. Con respecto a la prosa clásica, la consulta a través de los manuales de retórica (especialmente Instituciones oratorias de Quintiliano) y citas de los padres de la Iglesia (sobre todo Agustín, Jerónimo y Gregorio Magno). Tal vez consultó la obra Quadriga de Arusianos Meffus, con textos de Terencio, Virgilio, Salustio y Cicerón. También aprovechó fragmentos de enciclopedistas como Varrón, Suetonio, Marciano Capella y Casiodoro. En cuanto a textos religiosos, leyó sobre todo la Biblia, la liturgia de las horas y las lecturas que se hacían en las grandes fiestas del año litúrgico.​ En los tres primeros libros de las Etimologías cita a los filósofos Aristóteles y Boecio.​

Isidoro era buen predicador. Ildefonso de Toledo diría de él:​

Manifestó a través de sus dotes oratorias una riqueza desbordante, y tal encanto, que la abundancia admirable de su palabra dejaba estupefactos a los oyentes.

Posiblemente aprendió a predicar con los consejos de Leandro, con De la Doctrina Christiana de Agustín, manuales antiguos de retórica y las colecciones de homilías de Orígenes, Hilario, Ambrosio, Agustín, Jerónimo, Juan Crisóstomo y Cipriano.

Isidoro realiza una descripción en Etimologías VI de cómo debía ser una biblioteca. Sería una estancia con artesonados de color verde, con suelo de mármol y adornada con retratos de los mejores autores de cada disciplina (al igual que la biblioteca romana de Asinio Polión). Los libros estarían ordenados del siguiente modo: Antiguo y Nuevo Testamento, padres de la Iglesia (Orígenes, Hilario, Ambrosio, Agustín, Jerónimo, Juan Crisóstomo y Cipriano), poetas cristianos (Prudencio, Juvenco, Avito, Sedulio), historia (el galaico Osorio y Eusebio), teología (Leandro, Gregorio Magno y Agustín), derecho (Teodosio, Teodosio II, Paulo y Gayo) y medicina (Cosme, Damián, Galeno e Hipócrates).​

Salvo en las Etimologías, los autores más frecuentemente citados son los eclesiásticos y casi la totalidad de su conocimiento de los autores clásicos se debía a manuales, escoliastas, antologías, escritores posteriores y comentaristas.

No consta que Isidoro fuese monje, pero debió conocer la vida monástica porque escribió la obra Regula monachorum, dedicada a un monasterio honorianense. Según algunos autores, este monasterio se encontraba en las proximidades de Sevilla y, según otros, en Fregenal de la Sierra (provincia de Badajoz).

La maestría de San Isidoro en griego y hebreo le dio reputación de ser un estudiante capaz y entusiasta. Su propio latín estaba afectado por las tradiciones locales visigodas y contiene cientos de palabras identificables como localismos hispanos y el editor de su obra en el siglo XVII encontró 1640 de tales localismos, reconocibles en el español de la época.