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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: El sacerdocio...

El sacerdocio

Como abogado tuvo varios éxitos, ya que inspiraba confianza en sus defendidos y persuadía con su elocuencia y un marcado desprecio por el dinero. Sin embargo, decidió apartarse de la profesión cuando defendió al doctor Orsini contra el duque de Toscana. Cuando pensaba haber obtenido el triunfo de su cliente, le hicieron firmar una declaración amañada en la cual establecía que se había equivocado. Alfonso se retiró a su casa y se dedicó a rezar y a llorar.

Acto seguido, hizo un retiro en el convento de los Lazaristas y se confirmó en la cuaresma de 1722, lo cual reavivó su fervor religioso.

Cuando el 28 de agosto de 1723 visitaba a los enfermos del Hospital de Incurables, experimentó una llamada interior a renunciar a posesiones materiales y seguir a Jesucristo. Como esta situación se repitió, dejó el Hospital y renunció a su espada de caballero ante una imagen de María que había en la «iglesia de Santa María de la Redención de los Cautivos». Después ingresó como novicio en el Oratorio con la intención de ordenarse sacerdote. Su padre, molesto ante el fracaso de los planes de matrimonio que había concebido para su hijo y el rechazo a la abogacía de su hijo, ofreció una enérgica oposición durante dos meses a la decisión de Alfonso, pero finalmente se avino a darle su permiso para hacerse sacerdote bajo la condición de que viviese en su casa, algo que Alfonso aceptó siguiendo el consejo de su director espiritual, un oratoriano. El 23 de octubre recibió el hábito clerical y continuó los estudios sacerdotales en su casa.

Recibió órdenes menores en diciembre de 1724 y el subdiaconado en septiembre de 1725. Fue ordenado diácono el 6 de abril de 1726 y poco después pronunció su primer sermón. El 21 de diciembre de 1726, a la edad de treinta años, fue ordenado al fin sacerdote.

Rápidamente obtuvo fama en Nápoles como predicador popular y por un total de seis años se consagró a evangelizar la ciudad y su región. Vivía los primeros años de su sacerdocio con la gente «sin techo» y la juventud marginada de Nápoles. Atento a sus necesidades fundó las llamadas «Capillas del atardecer» organizadas por los propios jóvenes: lugares de oración, comunidad y escucha de las Sagradas Escrituras, donde también se prodigaban actividades sociales y de formación. Al momento de la muerte de Alfonso, el número de capillas activas alcanzaba las 72, con más de 10.000 miembros.

En 1729 resolvió ampliar el circuito misionero de su actividad, pues en el interior del entonces reino de Nápoles había encontrado gente mucho más pobre y abandonada que los niños y jóvenes que hasta entonces había visto por las calles de Nápoles ciudad.​ Su forma de predicar, sencilla y directa («para que el campesino humilde pueda comprender el mensaje»), tuvo una fuerte influencia moral y espiritual en su audiencia.