TEMAS DEL DÍA EN EL ALMANAQUE
El Almanaque es un medio abierto a todas las opiniones. La opinión de los artículos es responsabilidad de sus autores
LÉXICO - LAS COSAS Y SUS NOMBRES - LA FRASE - EL REFRÁN - FIESTAS
LÉXICO: MEDICINA - EDUCACIÓN - RELIGIÓN - DERECHO-POLÍTICA - AMOR Y SEXO - ECOLOGÍA
LAS COSAS Y SUS NOMBRES - ORIGEN DE LA PALABRA
TODO FLUYE
Panta rei (pánta réi), que dice Heráclito. La naturaleza de las cosas es moverse, mudarse; pero no sólo de un lugar a otro del tiempo y del espacio (mudar el estar), sino también moverse en sí mismo, es decir mudar el ser. Una mirada superficial a todo lo que nos rodea y a nosotros mismos, nos ilustra de que hay en todo un principio de movimiento inscrito en otro de estabilidad, que a su vez está inscrito en otro de movimiento, y así hasta no sabemos dónde.
La Tierra se mueve alrededor de un Sol estático que forma parte de un universo que se mueve no sabemos dentro de qué, o con relación a qué, pero se mueve. La misma Tierra está dentro de sí misma en constante movimiento: se mueven sus entrañas, se mueve su corteza, se mueve el manto de vida que la recubre, se mueve la vitrina de vapor que la protege. De ahí llegamos a la conclusión de Heráclito, de que ser es no estar. Son las paradojas duras que tanto fascinaban a los filósofos griegos.
La mutación forma parte de la esencia de las cosas. La trayectoria de esa mutación, la órbita que tiene marcada, la película completa y no sólo una secuencia, he ahí la totalidad de su esencia. No podemos definir a la rana dejándonos su ser renacuajo; ni definimos con propiedad al gusano de seda si no englobamos en un solo ser sus diversas formas de estar; tan diversas que a la hora de asignar nombres, se los hemos dado a los estados, no a los sujetos que pasan por esos estados.
Si como las ranas tuviésemos una existencia previa de renacuajos, ¿se reconocería cada rana en el renacuajo que fue? Lo más probable es que no, porque ni siquiera nos reconocemos a nosotros mismos tras cambios mucho más superficiales. Todo, absolutamente todo se metamorfosea: hasta la corteza de rocas que cubren la Tierra. Jacinto Verdaguer, en su inmortal Atlántida, canta las eras geológicas en que surgieron montañas, se alzaron atlantes y titanes hasta el cielo, se abrieron mares a los que les nacieron islas y se les murieron continentes. No escapó a la fascinación geológica de la montaña de Montserrat, en cuyas rocas leyó como en jeroglífico de fácil descifrado gran parte de su epopeya. Sólo le faltó entrar en los misterios del metamorfismo. Del mismo modo que Goethe nos recreó adentrándonos en los secretos de las flores, hubiésemos gozado del maravilloso mundo de las rocas: las hubiésemos visto fluir y esponjarse, y mezclarse, y pulverizarse y aglutinarse, sometidas a la acción del agua y de la presión y del viento y de los ácidos.
Es que no es menos prodigiosa la formación de las rocas, del humus, de las arenas y de las arcillas, que la formación de las flores y plantas o la evolución de la vida a partir de la célula. Todo, absolutamente todo, hasta algo tan sólido como las rocas, está en continua metamorfosis. La esencia de la materia viva y también de la materia inerte es la metamorfosis. Si el agua es la gran protagonista de la arquitectura de la corteza terrestre y de la vida, es porque nunca está quieta. Y si es capaz de tan colosales movimientos es gracias a su capacidad metamórfica: pasa por los tres estados: sólida, líquida y gaseosa. Convertida en vapor es capaz de recuperar los más altos estratos para desde ahí desplazarse y precipitarse de nuevo. Convertida en hielo forma ingentes almacenamientos que pueden cambiar la faz de la tierra elevando los mares. Todo fluye, todo se transforma, todo se mueve en grandes órbitas.
Mariano Arnal Buscador temático del Almanaque LÉXICO
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TODO FLUYE
Panta rei (pánta réi), que dice Heráclito. La naturaleza de las cosas es moverse, mudarse; pero no sólo de un lugar a otro del tiempo y del espacio (mudar el estar), sino también moverse en sí mismo, es decir mudar el ser. Una mirada superficial a todo lo que nos rodea y a nosotros mismos, nos ilustra de que hay en todo un principio de movimiento inscrito en otro de estabilidad, que a su vez está inscrito en otro de movimiento, y así hasta no sabemos dónde.
La Tierra se mueve alrededor de un Sol estático que forma parte de un universo que se mueve no sabemos dentro de qué, o con relación a qué, pero se mueve. La misma Tierra está dentro de sí misma en constante movimiento: se mueven sus entrañas, se mueve su corteza, se mueve el manto de vida que la recubre, se mueve la vitrina de vapor que la protege. De ahí llegamos a la conclusión de Heráclito, de que ser es no estar. Son las paradojas duras que tanto fascinaban a los filósofos griegos.
La mutación forma parte de la esencia de las cosas. La trayectoria de esa mutación, la órbita que tiene marcada, la película completa y no sólo una secuencia, he ahí la totalidad de su esencia. No podemos definir a la rana dejándonos su ser renacuajo; ni definimos con propiedad al gusano de seda si no englobamos en un solo ser sus diversas formas de estar; tan diversas que a la hora de asignar nombres, se los hemos dado a los estados, no a los sujetos que pasan por esos estados.
Si como las ranas tuviésemos una existencia previa de renacuajos, ¿se reconocería cada rana en el renacuajo que fue? Lo más probable es que no, porque ni siquiera nos reconocemos a nosotros mismos tras cambios mucho más superficiales. Todo, absolutamente todo se metamorfosea: hasta la corteza de rocas que cubren la Tierra. Jacinto Verdaguer, en su inmortal Atlántida, canta las eras geológicas en que surgieron montañas, se alzaron atlantes y titanes hasta el cielo, se abrieron mares a los que les nacieron islas y se les murieron continentes. No escapó a la fascinación geológica de la montaña de Montserrat, en cuyas rocas leyó como en jeroglífico de fácil descifrado gran parte de su epopeya. Sólo le faltó entrar en los misterios del metamorfismo. Del mismo modo que Goethe nos recreó adentrándonos en los secretos de las flores, hubiésemos gozado del maravilloso mundo de las rocas: las hubiésemos visto fluir y esponjarse, y mezclarse, y pulverizarse y aglutinarse, sometidas a la acción del agua y de la presión y del viento y de los ácidos.
Es que no es menos prodigiosa la formación de las rocas, del humus, de las arenas y de las arcillas, que la formación de las flores y plantas o la evolución de la vida a partir de la célula. Todo, absolutamente todo, hasta algo tan sólido como las rocas, está en continua metamorfosis. La esencia de la materia viva y también de la materia inerte es la metamorfosis. Si el agua es la gran protagonista de la arquitectura de la corteza terrestre y de la vida, es porque nunca está quieta. Y si es capaz de tan colosales movimientos es gracias a su capacidad metamórfica: pasa por los tres estados: sólida, líquida y gaseosa. Convertida en vapor es capaz de recuperar los más altos estratos para desde ahí desplazarse y precipitarse de nuevo. Convertida en hielo forma ingentes almacenamientos que pueden cambiar la faz de la tierra elevando los mares. Todo fluye, todo se transforma, todo se mueve en grandes órbitas.
Mariano Arnal Buscador temático del Almanaque LÉXICO