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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: TEMAS DEL DÍA EN EL ALMANAQUE ...

TEMAS DEL DÍA EN EL ALMANAQUE
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LÉXICO - LAS COSAS Y SUS NOMBRES - LA FRASE - EL REFRÁN - FIESTAS

LAS COSAS Y SUS NOMBRES: LA PALABRA

Cuando hablamos, queremos decir cosas, pero sólo decimos palabras. Nos hacemos la ilusión de que nos transmitimos cosas transportándolas con la voz; hablamos como si el nombre fuese una de las propiedades de las cosas: algo así como su código generador, su ADN.

Si digo "dame libro" o "he perdido libro", no estoy diciendo nada. Detrás de la palabra libro no hay ningún libro, ninguna cosa. Si digo: "he dicho libro", o "escribe libro", tampoco hay ningún libro en esta palabra; ni siquiera pretendo transmitir con ella el significado de libro, sino tan sólo la palabra, sin ningún significado tras ella, ni siquiera el significado abstracto de libro. En cuanto decimos este libro, mi libro, el libro, el tercer libro del segundo estante contando por la derecha... cuando le añadimos a la palabra libro un señalador medio gestual medio verbal, es cuando por fin hemos vinculado la palabra a la cosa. Sin el determinante, nunca llegaríamos a vincular el nombre a la realidad que con él pretendemos expresar. Para que la palabra tenga realmente significado, ha de estar anclada a alguna cosa, ha de haber algún tipo de vínculo que la ate a la realidad.

La función de la palabra es, pues, llevarnos a la cosa. Y la del hablante, hacer de mediador entre la cosa y el oyente. Si el hablante da con la palabra y con los vínculos e indicadores adecuados para fijar la atención del oyente en la cosa, estará realizando una óptima comunicación; de lo contrario puede ocurrir que las palabras lleven al oyente a cosas distintas de aquellas en las que queremos que ponga su atención, o que no le lleven a ninguna parte, que es lo que ocurre de ordinario con algo más de la mitad de la comunicación verbal.

Para conseguir decir realmente lo que queremos decir con una palabra, hemos de conocer por una parte la realidad que con ella señalamos (la función de las enciclopedias es describir esa realidad); y por otra la capacidad de la palabra para señalar, sin introducir equívocos, la cosa que pretende señalar: vamos, que no sea una flecha torcida (esa función intentan cumplir los diccionarios). Analizando los materiales con que está construida la palabra, y examinando los valores de uso que se le han ido asignando y los que por analogía o por contigüidad con otras palabras se le puedan asignar, se consigue una aproximación razonable al valor objetivo de la palabra.

Es el ejercicio al que me dedico cada día en EL ALMANAQUE DE LOS NOMBRES. Mi objetivo es analizar los nombres de las cosas. En el editorial examino la cosa, y en la sección NÓMINA RERUM exploro la palabra y sus modos de relación con la realidad que pretende denominar.

PEDAGOGÍA

PaiV (páis) era para los griegos el niño, y paidagogoV (paidagogós) el niñero. Este era un esclavo que ejercía ese menester, del que era parte esencial acompañarle a la escuela: agw (ágo) es conducir, y agwgoV (agogós) es el que conduce, el que lleva, el que acompaña. Siendo ésta su misión más notoria, al menos de puertas afuera, de ella tomó el nombre. El pedagogo le entregaba el niño al maestro, quien para no obligar al pobre esclavo a hacer tantos viajes a casa, tenía dispuesta una habitación especial llamada paidagogeion (paidagoguéion) en la que esperaba cada pedagogo a sus respectivos niños para acompañarlos de vuelta a casa.

Pero se fueron refinando los gustos y las demandas de los ciudadanos, y en el mercado de esclavos, junto a bellas mujeres y efebos para el placer o para ofrecerlos como suntuosos regalos; junto a los gladiadores, necesarios para formar las mejores plantillas; junto a los esclavos musculosos para dotar las explotaciones; junto a todos ellos, fue subiendo cada vez más la cotización de los esclavos destinados al cuidado y acompañamiento de los niños, porque se les fueron encomendando cada vez más funciones relacionadas con la educación integral, hasta convertirlos en preceptores.

Esa fue la evolución del oficio de pedagogo, que dio lugar a la ampliación, ya en el propio mundo griego, del significado de esta palabra. Pero ni se fundió ni se confundió nunca su función (de educador) con la del maestro (de instructor en disciplinas concretas). El pedagogo-preceptor no era en ningún caso maestro, sino el que seleccionaba a los maestros y les daba instrucciones sobre lo que debían enseñarle a su pupilo.

Si la condición del pedagogo ya despertó los celos del maestro cuando aquél no era más que un esclavo, mucho mayores fueron éstos cuando el pedagogo se convirtió en el superior jerárquico del maestro. Su aspiración fue la de convertirse en pedagogo. Y la historia le deparó suficientes oportunidades para ello. Primero fue cuando la Iglesia entró en el sector de la enseñanza (la cosa viene de muy lejos, de las escuelas catedralicias) asumiendo la doble función de Mater et Magistra, madre y maestra, es decir asumiendo además de la instrucción, la educación, la formación en un determinado espíritu.

Esta inclinación pedagógica de la Iglesia, no sólo en las escuelas, sino también en los púlpitos, dio sus frutos, luces y sombras, en la configuración de la Edad Media. Se pudo hundir el imperio romano sin demasiado estrépito y sin pasar por el caos, gracias a la acción educadora de la Iglesia. En la Edad Moderna las órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza retomaron la acción pedagógica con una visión más moderna. Ante la evidencia de los resultados, también los Estados se apuntaron a la formación, en especial los Estados que tenían mucha doctrina que imbuir en los nuevos súbditos con lo que fueron dejando atrás la instrucción (la materia, los programas) para dar preferencia a la educación, a la formación, a los valores, a la reconversión en el modelo de ciudadano que se le había encomendado formar a la escuela. En ese contexto lo importante no era lo que aprendiese el alumno, sino que quedase formado y conformado según el espíritu de turno. En esas andamos de nuevo.

Mariano Arnal Buscador temático del Almanaque LÉXICO