Mis cuadernos de la Escuela
Antiguo Cuaderno Escolar de los años 60. Con las TABLAS de SUMAR, RESTAR, MULTIPLICAR y DIVIDIR en la parte posterior.
PASAS MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA.
En 1910, el sueldo de un maestro era de 1000 pesetas anuales, muy inferior al de un peón de la construcción. Hasta tal punto era penosa su situación económica que el saber popular terminó por acuñar la triste y expresiva frase: “PASAS MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA”. Así, en los ambientes rurales su esfuerzo y dedicación se veían recompensados con el agradecimiento de los padres de los alumnos, quienes le ofrecían productos de sus huertos y granjas. Con esto aliviaba en parte la miseria a que su salario le reducía.
LA LETRA CON SANGRE ENTRA.
Puesto que la función del maestro se basa en el principio de autoridad, en la escuela los castigos estaban a la hora del día y, según quien los aplicara, podían ser en verdad crueles y humillantes para el alumno. Cualquier falta o incumplimiento de la norma, por leve que fuera, era merecedora de una reprimenda o un penalización. Los castigos más habituales eran colocar al alumno en un rincón, de cara a la pared, con pesadas pilas de libros en las manos y orejas de burro; los palmetazos, los coscorrones y algún que otro bofetón o la archifamosa “colleja”. Era también costumbre hacer que el alumno copiara quinientas o mil veces una frase relacionada con el delito, como “No hablaré en clase” o “No contestaré a mi maestro”.
(5 de Febrero de 1966)
Antiguo Cuaderno Escolar de los años 60. Con las TABLAS de SUMAR, RESTAR, MULTIPLICAR y DIVIDIR en la parte posterior.
PASAS MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA.
En 1910, el sueldo de un maestro era de 1000 pesetas anuales, muy inferior al de un peón de la construcción. Hasta tal punto era penosa su situación económica que el saber popular terminó por acuñar la triste y expresiva frase: “PASAS MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA”. Así, en los ambientes rurales su esfuerzo y dedicación se veían recompensados con el agradecimiento de los padres de los alumnos, quienes le ofrecían productos de sus huertos y granjas. Con esto aliviaba en parte la miseria a que su salario le reducía.
LA LETRA CON SANGRE ENTRA.
Puesto que la función del maestro se basa en el principio de autoridad, en la escuela los castigos estaban a la hora del día y, según quien los aplicara, podían ser en verdad crueles y humillantes para el alumno. Cualquier falta o incumplimiento de la norma, por leve que fuera, era merecedora de una reprimenda o un penalización. Los castigos más habituales eran colocar al alumno en un rincón, de cara a la pared, con pesadas pilas de libros en las manos y orejas de burro; los palmetazos, los coscorrones y algún que otro bofetón o la archifamosa “colleja”. Era también costumbre hacer que el alumno copiara quinientas o mil veces una frase relacionada con el delito, como “No hablaré en clase” o “No contestaré a mi maestro”.
(5 de Febrero de 1966)