Un defecto en el modo de mirar
La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe con-formarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.
Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá.
La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe con-formarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.
Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá.