—De nada. Encantado de poder servirte. —Y con esto, el curioso hombrecillo se esfumó en el aire. Al
anochecer, cuando regresó el rey y vio el oro creyó que estaba soñando. Pero en vez de dar las gracias a la muchacha, se negó a dejarla volver a su
casa y la mantuvo encerrada toda la
noche.