Prilukoff era el que despertaba mayor curiosidad por parte de los periodistas presentes, algunos de los cuales venían desde Rusia. En cuanto a la condesa, no parecía encontrarse demasiado incómoda: sonreía ligeramente bajo el velo al saludar a su padre, que asistía a cada sesión, o bien le susurraba un “buenos días, papá”, como si fuera lo más natural encontrarse allí.