En cuanto a la víctima, Kamarowsky, era un hombre honesto. Se había casado por amor con una joven culta y refinada que murió pronto, dejándole solo con su hijo. Había pasado días maravillosos con ella, parte de ellos en Venecia, donde había hecho muchos amigos debido a su carácter afable. Y, sin embargo, poco después de perder a su mujer, se había dejado engatusar por la condesa, como demuestra esta carta:
“Por poderte llamar mía para siempre estoy dispuesto incluso a cometer un delito; ser tu marido incluso poco tiempo y después ser condenado a cadena perpetua”.
“Por poderte llamar mía para siempre estoy dispuesto incluso a cometer un delito; ser tu marido incluso poco tiempo y después ser condenado a cadena perpetua”.