Aunque pueda parecer lo contrario, Fernando VII había recibido una educación esmerada en comparación con la de sus padres. Tuvo preceptores cultos que lograron inculcarle amor por las artes: primero fue Scio, religioso de la Orden de San José de Calasanz; después el obispo de Orihuela y, cuando el príncipe tenía once años, el canónigo Juan Escoiquiz, hombre intrigante y ambicioso que fue seguramente quien más influyó en su carácter