Las romanas más acaudaladas compraban unos cosméticos muy caros que venían en recipientes de oro, madera, cristal o hueso. De hecho, algunos productos tenían precios tan prohibitivos que la Lex Oppia intentó limitar su uso en el 189 a. C. El tocador de una mujer elegante estaba lleno de hileras de pequeños frascos contenedores de toda clase de remedios de belleza que a veces no resistían el calor o la lluvia. Encontramos al respecto estas poco galantes palabras de Marcial: “el colorete de Sabella teme al sol”.