Para las romanas era muy importante tener la piel blanca y suave, aunque con las mejillas un poco sonrosadas. A tal efecto usaban extractos de limón, rosa y jazmín, y para las arruga, cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas, o bien grasa de cisne o goma arábiga. Para el colorete empleaban diversas sustancias, sin importarles el peligro que entrañaba que algunas de ellas fueran venenosas. La más cara y apreciada era un ocre rojo importado de Bélgica. Además blanqueaban sus dientes con piedra pómez en polvo, y los había postizos, hechos de hueso, pasta y marfil.