Manrique y Cuenca.
José Ángel García
La reciente charla sobre Jorge Manrique que el pasado martes protagonizaba José Manuel Ortega Cézar en la sede de la Real Academia Conquense de Artes y Letras ha vuelto a traer a nuestra actualidad provincial los indudables lazos que unen al autor de las inmortales Coplas con nuestra tierra y en especial, aunque no sólo desde luego, con las localidades de Castillo de Garcimuñoz, Santa María del Campo Rus y Uclés, vértices del en su día bautizado como triángulo manriqueño, y con ellos la pregunta de hasta qué punto la memoria de esa ligazón de su vida y obra con nuestra propia historia tiene, a día de hoy, la presencia que debiera entre nosotros, lo que a su vez nos llevaría a repasar lo que para preservarla hemos hecho y lo que, ¡ay!, no hemos hecho. ¿Hemos estado o, por ir a lo práctico, estamos ahora mismo a la altura? Cierto y verdad es que han existido, y por fortuna continúen existiendo y surgiendo, iniciativas más que loables al respecto, desde aquel primer monumento erigido al poeta por iniciativa de Federico Muelas al Museo que, promovido entre otros por el propio ya mencionado Ortega Cézar -autor además de dos libros del máximo interés sobre el escritor a los que próximamente se unirá un tercero- funciona en Santa María, pasando por el monolito de piedra que en esta misma localidad en la que, tras ser herido ante el castillo de Garcimuñoz vino el poeta-guerrero a perder la definitiva partida con la parca, rememora la ubicación del que fuera su campamento, o por las abrileñas jornadas en su día propiciadas por el entusiasmo del ya desaparecido Cristian Casares, autor por otro lado del montaje escénico ‘El enamorado de la Muerte’ que, basado en la figura del escritor y en sus textos, pasearon en su carromato-escenario los Cómicos del Carro por toda nuestra geografía en la segunda mitad de los setenta y los inicios de los ochenta del pasado siglo… pero, y pese a que los actuales vientos no sean precisamente los más favorables, ¿no podríamos echarle más ánimo al asunto? Al fin y al cabo se trata de una de las figuras más señeras de la literatura en castellano y sus Coplas, qué demonio, todo parece indicar que fueron escritas precisamente en estos nuestros lares. Hasta, pongámonos materialistas, podríamos sacarle rentabilidad económica… Venga, animémonos: que “avive el seso y despierte”.
José Ángel García
La reciente charla sobre Jorge Manrique que el pasado martes protagonizaba José Manuel Ortega Cézar en la sede de la Real Academia Conquense de Artes y Letras ha vuelto a traer a nuestra actualidad provincial los indudables lazos que unen al autor de las inmortales Coplas con nuestra tierra y en especial, aunque no sólo desde luego, con las localidades de Castillo de Garcimuñoz, Santa María del Campo Rus y Uclés, vértices del en su día bautizado como triángulo manriqueño, y con ellos la pregunta de hasta qué punto la memoria de esa ligazón de su vida y obra con nuestra propia historia tiene, a día de hoy, la presencia que debiera entre nosotros, lo que a su vez nos llevaría a repasar lo que para preservarla hemos hecho y lo que, ¡ay!, no hemos hecho. ¿Hemos estado o, por ir a lo práctico, estamos ahora mismo a la altura? Cierto y verdad es que han existido, y por fortuna continúen existiendo y surgiendo, iniciativas más que loables al respecto, desde aquel primer monumento erigido al poeta por iniciativa de Federico Muelas al Museo que, promovido entre otros por el propio ya mencionado Ortega Cézar -autor además de dos libros del máximo interés sobre el escritor a los que próximamente se unirá un tercero- funciona en Santa María, pasando por el monolito de piedra que en esta misma localidad en la que, tras ser herido ante el castillo de Garcimuñoz vino el poeta-guerrero a perder la definitiva partida con la parca, rememora la ubicación del que fuera su campamento, o por las abrileñas jornadas en su día propiciadas por el entusiasmo del ya desaparecido Cristian Casares, autor por otro lado del montaje escénico ‘El enamorado de la Muerte’ que, basado en la figura del escritor y en sus textos, pasearon en su carromato-escenario los Cómicos del Carro por toda nuestra geografía en la segunda mitad de los setenta y los inicios de los ochenta del pasado siglo… pero, y pese a que los actuales vientos no sean precisamente los más favorables, ¿no podríamos echarle más ánimo al asunto? Al fin y al cabo se trata de una de las figuras más señeras de la literatura en castellano y sus Coplas, qué demonio, todo parece indicar que fueron escritas precisamente en estos nuestros lares. Hasta, pongámonos materialistas, podríamos sacarle rentabilidad económica… Venga, animémonos: que “avive el seso y despierte”.