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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Scivias. (Santa Hildegaria)...

Scivias. (Santa Hildegarda)

"Ardid diabólico de la serpiente que engañó al primer hombre.

Entonces del lago brotó, extendiéndose, una tenebrosa nube que rozó una figura quimérica, como de vena: desde los abismos de la perdición, la falsedad diabólica hizo emerger una serpiente que, llenas sus entrañas con la funesta ponzoña de la intención engañosa, irrumpió para asechar a los hombres. ¿Cómo? Cuando el Demonio vio al hombre en el Paraíso, gritó con gran espanto, diciendo: « ¿Quién se pasea por esta mansión de la verdadera dicha?». Y supo que aún no había rematado en otra criatura la malicia que dentro llevaba; pero, al ver a Adán y Eva pasear con inocencia de niños por el jardín de las delicias, presa de gran aturdimiento, tramó el ardid de la serpiente para engañarlos. ¿Por qué? Porque comprendió que la serpiente era, de entre las bestias, la que más se le asemejaba; y se propuso, oculto bajo la astucia de ella, conseguir lo que abiertamente no podía, con su propia figura. Así pues, cuando advirtió que Adán y Eva se apartaban en cuerpo y alma del árbol prohibido, supuso que observaban un precepto divino, y estimó que, en la primera oportunidad, les haría caer fácilmente."

Scivias. (Santa Hildegaria)

"7. Cómo reprimir la ira, el odio y la soberbia

Cuando la ira quiera incendiar mi tabernáculo, miraré la bondad del Señor, al que jamás alcanzó la ira; seré, entonces, más suave que la brisa que rocía los eriales con su frescor; y el júbilo del espíritu me colmará cuando las virtudes empiecen a mostrar en mi corazón su lozanía. Así es como siento la bondad del Señor.
Pero cuando el odio intente entenebrecerme, contemplaré la misericordia y el martirio del Hijo de Dios, y así subyugaré mi carne; entonces, con este fiel recuerdo, me llegará de las espinas el suave aroma de las rosas: y así es como reconozco a mi Redentor.
Y cuando la soberbia trate de levantar en mí la torre de la vanidad, sin cimientos de piedra, erigir esa cúspide que no desea rivales y siempre descolla, ¿quién me ayudará si la antigua serpiente, que queriendo encumbrarse por encima del mundo cayó a la muerte, intenta abatirme con ella? Entonces, llena de quebranto, clamaré: « ¡Dónde estás, Rey mío y Dios mío! ¿Qué bien puedo hacer sin el Señor? Ninguno». Así miraré a Dios, que me ha dado la vida, y correré hacia la Virgen bienaventurada, que holló la soberbia de la antigua caverna: en firme piedra de la casa del Señor me convertiré, y el codicioso lobo, estrangulado por el arpón de la divinidad, ya nunca prevalecerá sobre mí. Y así es como conozco, en la excelencia del Señor, el suavísimo bien de la humildad; y siento la calma del bálsamo inagotable, alborozada en la dulzura del Señor, como aspirando el olor de todos los aromas. Entonces la humildad será mi fuerte escudo: amparada en ella rechazaré todos los vicios."