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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Fue un viernes. Exactamente un día 11-11-2011 cuando...

Fue un viernes. Exactamente un día 11-11-2011 cuando lo recibí. Me lo enviaba un alconchelero que lo escribió no sé cuándo, aunque no creo que fuese antes de los 60, a pesar de que el chico ya "despuntaba" por aquellos años como buen escritor, aunque nunca, que yo sepa, se dedicó a esos menesteres... Este "cuentecillo" es una buena prueba de que lo hace, -lo de escribir-, muy bien, por cierto.

Así como a mí me da poca vergüenza de escribir lo primero que se me ocurre -eso no quiere decir que sea una sinvergüenza, eh -, (aquí hay que aclarar todo, porque si no...) a él parece que la timidez le frena un poco, y no sé si es por ésto o porque tiene más verguenza que yo, no lo escribió en el foro. No cuento con su permiso para "pegarlo", pero como creo que es un cuento muy gracioso, me atrevo a hacerlo en el anonimato, con la idea de que si algún día cuento con su beneplácito lo sacaré del anonimato donde nunca debió estar. ¡Ya es hora de que se sepa que en Alconchel también hay personas que escriben muy bien, hombre...!

"Era por los 46/7 cuando en mi pueblo Alconchel, en tardes otoñales, después de salir de la escuela, jugábamos a mil y una cosas, hasta que anochecía, que teníamos que estar a tiro de voz (no digo precisamente en casa) de nuestras madres.

Hay un camino denominado Agualobos (ahí es ná), hacia el noroeste. Ahora por allí está el cementerio, así, que ni se nos hubiera ocurrido andurrear por él. Entonces los enterramientos los hacían en la Ermita, a unos dos Km. del pueblo en el cerro de La Virgen.

Muchas veces, habíamos oído los niños a los muchachos reunidos en tertulia en la esquina de costumbre, retándose y fanfarroneando de quien sí, o quien no, se atrevía a ir en noche cerrada a dar una vuelta, rodeando las paredes de la Ermita. Para nosotros, el lugar y hora se convirtió mucho mas que en la negra boca del lobo. Algún mayorcito habría ido y el testimonio era, dejar prendido el pañuelo en la puerta,. Se decía que una cuadrilla, para superar el canguis, le espiaban en función de árbitros y notarios, para corroborar la culminación de la machada.

Pero en el camino entonces, no estaba el cementerio, y muchas, muchísimas veces nos adentrábamos por él, cuando sabíamos que habría luna llena, para verla aparecer, lenta majestuosa, alucinante por detrás de un altozano, y justo cuando ya estaba la gran bola (los globos ni los conocíamos, acaso el terráqueo) encima de la loma, resplandeciente, de variados colores, según la vez y el comportamiento de clima y tiempo. A mí me gustaban mas los rojos intensos que los dorados. Entonces todos decíamos vamos, vamos un poco mas deprisa, que si nos apuramos podremos tocarla con las manos. Inocente, maravillosa ingenuidad, ¡que bien nos lo pasábamos! Me emociono recordándolo.

No, no voy a reconocer ahora la frustración, desengaño y desencanto ante la cruda realidad. Tampoco entonces la admitíamos. Todo terminaba, cuando el mas miedoso decía, volvamos, regresemos que nos van a regañar: Nos tenemos que ir ¡se va a juntar el cielo con la tierra!

Toda mi vida he estado diciendo siempre lo mismo, esta frase, cuando el crepúsculo se iba retirando y la oscuridad invadía el paisaje, produciéndose sombras espeluznantes. La carrera colectiva hacia el pueblo se imponía.

Colorín colorado este cuento se ha acabado. Seguro que mi nietos dirán ¡otra vez abuelo!

Un abrazo