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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: La Reforma religiosa, problema nacional...

La Reforma religiosa, problema nacional

Organismo vivo inmerso en una sociedad que iba a recibir estímulos transformadores de considerable cuantía en la postrera década de la centuria, la Iglesia hispana se mostró sumamente receptiva ante los sucesos revolucionarios de ultrapuertos, con una reacción de acentuado corte negativo. Dicho signo no azemó, empero, la fuerza propagadora de la ideología revolucionaria y, sobre todo, no logró que, a partir de esas fechas, la reflexión sobre la naturaleza y funciones de la Iglesia se convirtiera progresivamente en una cuestión nacional. Bien ilustrativo de ello resulta ser la formación religiosa de jóvenes como Toreno, Martínez de la Rosa, Argüelles o Alcalá Galiano, que patentizan un clima inexistente en el XVIII, cuando la Universidad no tiene como meta primordial convertirse en la conciencia crítica de la sociedad y la condición de intelectual no adquiere el rango y dimensión que le prestará el triunfo político de la mentalidad burguesa en Francia.
Ante el envite, un sector no desdeñable del clero apegado a la tradición se percató del cambio de postura de parte de la sociedad ante el hecho eclesial y dio a su apologética un aire de contemporaneidad, infrecuente en el pasado. No sólo el beato Fr. Diego José de Cádiz, sino predicadores menos encendidos, como el P. Santander, no ahorraron en sus sermones y prédicas incisivas alusiones al tiempo presente. A nivel en ocasiones intuitivo, algunos de ellos alcanzaron a comprender que en adelante y en contraposición, al menos parcial, con las épocas anteriores, cualquier proyecto de reforma nacional tendría como meta la transformación de la Iglesia, considerada como el principal obstáculo para abrir las rutas del porvenir.
Junto con el conocimiento de los eventos franceses, dos factores contribuyeron en medida decisiva a esta proyección de la cuestión religiosa al primer plano de la actualidad. En las esferas dirigentes, la crecida de la controversia jansenista arrastró consigo un gran número de asuntos vinculados con el retorno a una moral primitiva, encarnación del auténtico espíritu evangélico. En un momento en que, por vez primera en la historia, la función del Estado dejaba de circunscribirse a la organización de la sociedad para ocuparse primordialmente del bienestar de sus súbditos, ello comportaba colocar sobre el tapete de la discusión pública temas atañaderos al poder temporal de la Iglesia -cuestión de señoríos eclesiásticos, por ejemplo- y la misión social de sus riquezas. En efecto, la polémica desplegó entonces su vuelo con mayor fuerza -y violencia- que nunca, añadiendo aristas a la imagen de la Iglesia española de la época.