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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

Mientras se picaba la carne, después de cenar, para dejarla adobada en un lebrillo, se explicaban historias como esta de DUELO A MUERTE donse se explica el episodio que ocurrió durante las guerras de Italia, de gloriosa recordancia...

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Sentados el uno enfrente del otro, dos hidalgos españoles bebían y hablaban de sus amores, la grave cuestión que allí le había reunido. Fuera de la taberna resonaban los denuestos soeces y el belicoso griterio de la soldadesca que corría al combate, y las descargas carradas de los arcabuceros y el fatídico estampido de los morteros...

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Sí, de aquellos morteros que disparaban sin interrupción, doblando a muerto. La batalla se había trabado a menos de un cuarto de milla de allí, -continuaba diciendo el que explicaba la historia tras coger parte del costillar para continuar descarnado las costillas-, y como el viento soplaba de aquel lado, se oía distintamente el estrépito fromado por el sangriento choque de los bizarros tercios del Marqués de Pascara, don Fernando Francisco de Avalos, y el ejército francés...

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El chis-chás interminable de espadas golpeadas a la vez, tiros, ayes, gritos, relinchos de caballos bravíos que olfateaban la pólvora.... todo ello confundido y revuelto en furibundo galimatías...

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Pasados algunos momentos de silencio, don Fadrique Ponce continuó:
-Hablad por vida vuestra, don Juan, y decidme lo que vos mismo pensáis de doña Ana, y del lugar que, a vuestro juicio, ocupa en su corazón cada uno de nosotros.
A lo que don Juan repuso:
-Ni yo lo sé, ni creo que podamos averiguarlo nunca. A mí me quiere...
-A mí también.
-A mí me hizo promesas deliciosas y aun me otorgó favores que, magüer pequeños, indecen a esperar otros mayores.
-Idénticas condescendencias y taimería tuvo conmigo...

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Al oír aquella contestación tan franca, tan categórica, -prosiguió diciendo el que contaba la historia, que había parado un momento para "aclarase el gaznate"-, las pálidas mejillas de don Juan se colorearon.

- ¿Decís verdad, Ponce?
-Digo verdad- repuso don Fadrique- y que me maten sin confensión y por la espalda si acaso pongo en mis palabras un sólo ápice de mala fe...
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
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-Pues ya véis- replicó don Juan- Cuán difícil es prever quién de nosotros será preferido y cuál desdeñado.

Y en estas estaban, -dijo el que explicaba la historia, mientras removía un poco el culo en el posete donde se sentaba-, cuando doña Ana apareció. Era una mocetona como de treinta años, lata y gruesa, con los ojos muy negros, la boca muy fresca y ese color mate tan peculiar de las mujeres napolitanas.

-Venid, señores- gritó desde la puerta; -venid pasemos a esta habitación contigua; ... (ver texto completo)