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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Cubiertos el agua, la tierra y el aire, miles de criaturas...

Cubiertos el agua, la tierra y el aire, miles de criaturas debieron resignarse a pasar el día lo mejor que pudieran, en la esperanza de que a los “señores” se les pasara el capricho.

Al día siguiente, la historia se repitió: los elefantes dando órdenes absurdas, los yacarés vigilando el agua, las hienas en los arbustos, las serpientes en los árboles...
El hambre y la sed crecieron y crecieron.

Hasta que una tarde, mientras los elefantes se daban una ducha cerca del río, echándose chorros de un charco fresco unos a otros, un león loco de hambre intentó acercarse a una planta llena de frutos maduros y jugosos que se movían con la brisa. Al momento, tres hienas lo corrieron y el pobre felino huyó con las últimas fuerzas que le quedaban y, viendo que había un grupo de arbustos oscuros sin vigilancia, se abalanzó sobre él e hincó sus colmillos en un largo tronco carnoso. Una sabia tibia comenzó a brotar a borbotones, manchando de rojo las ramas negras: en su desesperación, la fiera había caído sobre una cebra, sin darse cuenta de su terrible error.
Creyendo que el león había hallado comida, cuatro buitres bajaron desde el cielo a gran velocidad y –también cegados por no comer desde días atrás- arrasaron con lo poco que quedaba de carne.
Con excepción de los nuevos “dueños” de la selva y sus oportunos asociados, el resto de los animales padecía la hambruna y la alucinación a tal punto que, lejos de extrañarse y horrorizarse por lo que estaba ocurriendo, todos miraron a su alrededor y se lanzaron a perseguir al vecino inmediatamente más pequeño que tuvieran a su alcance. En un segundo, los rinocerontes saltaron sobre los tigres, los tigres sobre los lobos, los lobos sobre las zorras, las zorras sobre las liebres...
Desde aquel tiempo, los animales cambiaron a la fuerza sus costumbres y vivieron cazándose unos a otros hasta nuestros días.

Pasaron cientos y cientos de años.
Hoy, los elefantes siguen siendo los animales más poderosos de la selva, pero son muy buenos. Ellos no tienen la culpa de las cosas que hicieron sus tatarabuelos, pero -igualmente que las demás criaturas- crecieron en una selva que ya era así el día en que nacieron. Por eso, no se sorprenden de nada.
Del mismo modo en que nosotros, los seres humanos, hoy encendemos la TV y vemos que en un país arrojan bombas, pero bombas de verdad, de las que matan de verdad... o hay miles de chimeneas que tiran humo al cielo y nos quitan el aire puro... o en el mar hay barcos que vierten basura y los peces se mueren, también de verdad y pensamos que esa es la manera normal de vivir... también en la selva los animales se acostumbraron a matarse los unos a los otros, porque desde chiquillos no conocieron otro modo de vida.

Así es que este cuento final está especialmente dedicado a ti, niño.
Para que imagines que la selva pudo no haber sido siempre lo que es hoy.
Y para que sepas que el mundo tampoco y –lo más importante- no tiene por qué seguir siendo igual... si puede ser mucho mejor.